Risotadas ahogadas, pócima incorpórea que mata la vida de
los mortales. No quiero nombrarte y te escribo para arrojarte fuera. Bien sabes
acomodarte en el pecho de los moribundos vivientes,
aterradora ante quien sin pronunciar tu nombre conoce tu visita frecuente. Muchos percibirán con
reconcomio que habitas en mí, pero bien
es cierto que lo haces en cada uno de
nosotros. Continuamente atenta, al acecho. Sabes bien que no te amo, nadie lo
hace, bien procuras en la carencia de ánimo ser tu dueña y señora amante de débiles.
Debieras recibir el destierro por siempre, no existir.
Ay de mí si no fuese por ella que siempre me incita a abominarte;
hoy puso sus dedos en mis dedos, como mágica
se hizo humana para que las letras NO SE EMBORRACHEN DE NEGRO Y EL COLOR LLEGUE
A LOS DÍAS OSCUROS. Brille el sol, y la rabia haga combate y fenezcas cada instante
que te aproximes.
Ana Ortiz
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