martes, 3 de junio de 2014


Risotadas ahogadas, pócima incorpórea que mata la vida de los mortales. No quiero nombrarte y te escribo para arrojarte fuera. Bien sabes acomodarte en el pecho de los moribundos   vivientes, aterradora ante quien sin pronunciar tu nombre  conoce tu visita frecuente. Muchos percibirán con reconcomio  que habitas en mí, pero bien es cierto  que lo haces en cada uno de nosotros. Continuamente atenta, al acecho. Sabes bien que no te amo, nadie lo hace, bien procuras en la carencia de ánimo ser tu dueña y señora amante de débiles. Debieras recibir el destierro por siempre, no existir.

Ay de mí si no fuese por ella que siempre me incita a abominarte; hoy puso sus dedos en mis dedos, como  mágica se hizo humana para que las letras NO SE EMBORRACHEN DE NEGRO Y EL COLOR LLEGUE A LOS DÍAS OSCUROS. Brille el sol, y la rabia haga combate y fenezcas cada instante que te aproximes. 
Ana Ortiz

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