domingo, 14 de febrero de 2010

Los paisajes nunca duermen

Los paisajes nunca duermen, quizás duerman quienes vivieron en ellos. Distintos amores, no contados en libro alguno, permanecen adheridos a las paredes de piedra y cal de La Muy Ilustre y Mariana Villa de Baños de la Encina, siempre despierta y viva.
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En aquel tiempo, todo transcurría acompasadamente. Aquella tarde el sol parecía ocultase en un breve juego entre los montes. Hacía rato que permanecían tendidos bajo la higuera, allí se refugiaban los pájaros, era su lugar preferido de descanso. Soledad y Pablo simulaban volar con los brazos abiertos, observaban el comportamiento de las avecillas que se posaban sobre las ramas de la higuera e imitaban cuanto hacían éstas. Soledad con la mirada perdida en el infinito, sonreía.
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- ¿Por qué ríes? - Murmuró Pablo asombrado.
- ¡Seis años! ya soy mayor Pablo
-¡Bueno, sí, un poco! Cuando seamos mayores ¿serás mi mujer? Prometemelo Soledad
- Sí, te lo prometo, seré tu mujer.
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Pablo tenía diez años, se sentía todo un hombre. Era el primer año que acompañaba a su padre en la siega, iba apilando el trigo para abreviarle trabajo, aprendía el oficio de segador; el mayor de los seis hijos de José "El zurdo"comenzaba a cobrar sus primeros jornales.
En la misma casa vivían dos familias en alquiler, la de Pablo y Soledad, compartían cocina y un enorme patio. Los padres de Soledad procedían del norte, en una vereda Antonio vio que el clima era bueno para la enfermedad de su esposa, Isabel, quedando a vivir en Baños indefinidamente. Tenían tres hijos varones, y dos hembras, María y Soledad la mayor de todos.
Entre Pablo y Soledad había una complicidad monumental, momento que podían permanecían juntos. El padre de la niña refunfuñaba, decía que se convertiría en un marimacho si siempre estaba jugando con un zagal. En una calurosa siesta de julio, Soledad cortó su trenza a ras, así estaba más fresca ¡igual qué Pablo! Los gritos se escucharon en toda la vecindad cuando la madre la vio como un "pirolo" (chiquillo). Crecían tan unidos que al final todos se acostumbraron a verles siempre juntos y dejó de llamar la atención, dejando así de reñir a Soledad.

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23 agosto. Soledad cumplía trece años, Pablo no la había podido felicitar aún, salió de noche para trabajar en el campo sin poder verla. Cuando volvió no la encontró en casa, moría de ganas por abrazarla. Anocheciendo, Soledad llegaba a casa alegre, tenía trabajo de ayudante de cocina en la casa grande, serviría a D. Fausto y Da. Rosa. Soledad llevaba el pelo recogido, un brillo en los ojos que deslumbraba, se había convertido en una joven bellísima. En cuanto pudieron Pablo y Soledad se encontraron a solas junto a la higuera, ubicada en el patio trasero. Pablo tenía una sorpresa para ella, un ramo de las mejores espigas para que Soledad las pusiera a secar y poder colocarlas en un jarrón; esto sería lo primero que colocarían en su casa cuando la tuviesen. Soledad no cesaba de hablar de su trabajo, podría ayudar en casa con su sueldo, aún pequeño, pero aprendería a guisar con la mejor cocinera de Baños e ir comprando algo de dote... Se hizo de noche y regresaron a la casa, durante la cena comentaron entre las dos familias que ese dinero vendría bien en la casa. Pero ellos aún tenían mucho que contarse. Quedaron que en cuando todos durmiesen, como en otras ocasiones, volverían al patio para hablar.

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Una noche preciosa llena de estrellas alumbraba la cara de la joven que rebosaba alegría. Ya no eran niños y algo estaba cambiando en la manera de mirarse. Aquella noche el tiempo transcurrió sin darse apenas cuenta hablando sin parar. Cuando casi amanecía, Antonio se levantó percatándose de la falta de Soledad en la cama, sólo estaba María. Enseguida salió al patio intuyendo donde se encontraba, ya que muchas ocasiones siendo muy niños habían amanecido dormidos bajo la higuera. En esta ocasión Antonio estaba furioso, "Ya era una mujer, esto no podía volver a ocurrir". Les encontró dormidos, cogidos de la mano. Soledad tenía que escarmentar, "no se podía permitir que una mocita volviera hacer algo semejante" Gritó muy disgustado el padre de la joven.

Las cosas habían cambiado, ya no podían encontrarse a solas. Soledad se sentía cautiva al estar siempre acompañada por María. Pablo fue recriminado seriamente por su padre y apenas se acercaba a Soledad. Miradas cruzadas, conversaciones sobre el frío o el calor ahogaban la relación que siempre mantuvieron.
Soledad trabajaba hasta las diez de la noche, ponía todo el empeño en sus nuevas tareas, su delicadeza al moverse, al hablar, sus buenos modales la hicieron indispensable en la casa a la hora de servir la mesa y atender a los señores. Pablo salía con los demás muchachos, comenzó a visitar con frecuencia la taberna, volvía tarde a casa y apenas se veían.

Eran las doce del medio día, la señora se sentía indispuesta y llamaron al médico. Sin saber por qué Da. Rosa había muerto de un vahído. Reinó la confusión y el desconcierto ante algo tan inesperado, todos estaban sobrecogidos. Después del entierro se amurallaron puertas y ventanas, permaneciendo toda la casa en penumbras. El señor deambulaba de aquí para allá como alma en pena. El matrimonio no había tenido descendencia, la casa estaba entristecida, no era la misma, ni el señor tampoco.
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Soledad volvió temprano a su casa, eran las seis de la tarde, el señor andaba fuera y no hubo que preparar cena. Cuando su madre la vio entrar enseguida la abrazó.

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-¡Hija, hija mía! A llegado a esta casa la buenaventura, se acabaron nuestros problemas –Soledad no sabía que ocurría y por qué sus padres y hermanos se sentían tan afortunados.
–Hija D. Fausto ha dado por finalizado el luto por Da. Rosa, habiéndose fijado en ti para ser la mujer que le dé descendencia, tu madre siempre ha sido muy fértil y espera que tú lo seas también, además ve tu robustez para criar hijos sanos.
-¡Madre yo!- Sin dejarla pronunciar palabra alguna la madre prosiguió
- No te faltara de nada, ni a tu padre trabajo, le va hacer encargado de su finca, a tus hermanos no les ha de faltar un jornal. Hija la fortuna llamó a nuestra puerta - Isabel siguió enumerando los beneficios que todos recibirían, les regalaría una casa… La boda sería pronto, no quería seguir viudo.


Soledad, no abrió la boca, su madre la miraba con gran entusiasmo, nadie le preguntaba que opinaba ella, la boca se le secó y hasta el alma cuando entró Pablo y le dio la enhorabuena por su casamiento. Todos lo dieron por hecho. Ya no sería la sirvienta sino la señora de la casa. D. Fausto le llevaba veintiocho años, ella tenía diecisiete. D. Fausto tampoco le preguntó ni habló con ella hasta el día de la boda. Toda la familia rebosaba felicidad.
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Soledad vestida de blanco, su cara aún más blanca, buscaba con los ojos, esperaba que Pablo impidiera aquella locura, que dijese que él se casaría con ella como prometieron . Pero no ocurrió, no apareció, ni siquiera fue a la boda.
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Como en una pesadilla vio como todo iba transcurriendo, un sí quiero hizo helar su alma. Despertando, se encontró en la alcoba de D. Rosa, ahora sería su habitación, no pudo evitar recordarla amortajada encima de la cama, un tremendo escalofrío recorrió todo su cuerpo, deseaba que la tragase la tierra.
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Al día siguiente se sentía mal. Su madre sonreía complacida, - esto es así niña, pasará, con el tiempo llegará el amor - Por dentro, muy dentro estaba más destrozada aún, pero nadie parecía ver lo evidente. Encerrada en una preciosa jaula de oro, ahora no debía realizar tarea alguna, era la señora. Las horas pasaban tan muertas como ella misma, su madre era el ama de llaves, organizando y disponiéndolo todo.
Toda la familia prosperó. María salía y entraba riendo, feliz, en su nueva casa, sus hermanos trabajaban de muleros mientras que ésta se ocupaba de las tareas del hogar, una vivienda muy digna y confortable, gracias a D. Fausto.

Pablo pasó a formar parte de la familia, ya que se comprometió con María, el trabajo no le faltaba en la casa grande, su futuro suegro se ocupaba de ir situando a su prole.
Soledad comenzó a sentirse inútil, vestida con bellas ropas en las que no se sentía nada cómoda, todo el día de brazos cruzados, tratada como un jarrón en el pasillo. El jardín era en lo único que una señora podía entretenerse. Allí puso todo empeño convirtiéndolo en un auténtico edén.
En alguna ocasión la visitaban sus amigas, que quedaban fascinadas con su posición y fortuna. Algunas de ellas ya casadas bromeaban sobre las ardientes noches junto a sus apasionados esposos, Soledad callaba, "¡Hija qué reservada!" reprochaban las jóvenes con grandes carcajadas. Sin que nadie lo supiese Soledad las envidiaba a todas, preparar el puchero para su marido, llevar una casa, había sido siempre su ilusión, sin embargo se limitaba a ser únicamente decorativa, y si Dios lo quería engendraría hijos continuadores de tan gran apellido. Hacía quince meses de su boda y no había quedado embarazada, su esposo le preguntaba constantemente, algo que la agobiaba mucho, parecía más un reproche que otra cosa.
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Pablo y María se casaban por fin. La noche antes de la boda, Pablo aprovechando que Soledad se encontraba sola, el señor estaba de viaje, cogió aliento y fue a verla. Tenía que hablar con ella, manifestarle sus sentimientos. Soledad estaba sentada al fresco en su refugio, su apreciado jardín. El corazón le dio un vuelco al verlo llegar, siempre que lo veía sentía que le faltaba el aire, no era capaz de controlar eso.
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- Quiero hablarte, tengo que hacerlo Soledad, te he querido desde que tengo uso de razón, sólo decirte que te amaré siempre.
- ¿Tú dices que me amas? ¡nunca luchaste por mí, no impediste que me casara! - Reproches nunca pronunciados salieron de dentro del corazón de Soledad, las lágrimas corrían por sus mejillas.
- Por lo mucho que te quiero tuve que callar, qué podía ofrecerte, nada tenía entonces, ¡mujer de un campesino! Ibas a ser la mujer más afortunada de la comarca ¿Cómo podía yo impedirlo? ¿A cambio de qué? Pasé noches enteras ahogando mi desventura en el vino, muriendo en un suplicio cuando fuiste suya. Mañana me caso con tu hermana, pero tenía que decirte a la cara tantas cosas.
- Mi vida es un invento Pablo, ni amor ni odio siento por el hombre con el que duermo, nunca le llamé por su nombre, tampoco puedo llamarle D. Fausto, es mi esposo; nunca pronuncio nombre alguno, calló y obedezco. La felicidad de mi familia a cambio de mi infelicidad, nadie me preguntó nunca qué deseaba, mi madre aún no me ha preguntado si soy feliz, bien sabe que no cuando mira mis ojos, pero mira hacia otro lado, mi desdicha a cambio de la dicha de los demás.

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Fundiéndose en un fuerte abrazo, comenzaron los besos y caricias nunca entregados, besando cada palmo de su piel, se amaron junto al pozo sobre la verde hierba, locura, desconocido frenesí que les dejó sin aliento. Soledad, con sabor agridulce se despidió de Pablo besándole los ojos, sabiendo que era el adiós para siempre.
Desde aquel día, Soledad no volvió a tener sosiego. Su corazón se endureció, dejó de sentir lástima por los demás, sintiéndose la más desdichada de todas las mujeres, muriendo de celos al mirar a su hermana.
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Soledad por fin estaba en cinta, D. Fausto no cabía de gozo, su estirpe estaba asegurada. María estaba embarazada del mismo tiempo que Soledad. Isabel estaba henchida, sabiendo que el hijo de Soledad era la culminación de los planes que ella tenía para su familia.

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Llegó la hora del parto y como en un acuerdo, ambas rompían aguas. El parto de María algo complicado era atendido por la partera. Mientras tanto, Soledad era asistida por el médico en todo momento. El primero en nacer fue el hijo varón de Soledad, la madre quedó aterrorizada cuando vio la cara del recien nacido, mientras lo lavaba veía el vivo retrato de Pablo, a Isabel le temblaban las manos, todo el cuerpo ¡No podía ser! - Dios no puede ser… - Limpió a la criatura arropándola en una toquilla y entregándoselo a Soledad. Muy nerviosa dijo ir a ver como iba María en el parto; cuando llegó todo había terminado con un feliz alumbramiento, un varón que no tenía ningún parecido ¡gracias a Dios! María dormía agotada por lo dificultoso que había sido todo. Isabel pensó que había que hacer el cambio lo antes posible sin preguntar nada, era demasiado evidente lo sucedido.

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-¡Pablo, hoy no tuviste un hijo, tuviste dos, eres un canalla! – dijo Isabel muy ofuscada
- Dadme a ese niño para hacer el cambio antes que D. Fausto mire a la cara al hijo que engendraste tú, sería la desdicha de toda la familia. Los dos son hijos tuyos, a ti te dará igual - Pablo enmudeció.

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Cuando Soledad fue amamantar a su hijo quedó desenmascarada
-¿Madre este no es mi hijo?
- ¡Calla desgraciada! Dios dejó ver tu pecado en la cara de tu hijo. A callar, cría el hijo de tu hermana para así guardar tu honra y la de todos; a tu hijo lo criará su padre. El hijo de un pobre ocupará un sitio entre los señores, ¡pero no será el tuyo! Esa será tu penitencia, tampoco amamantarás al hijo de tus entrañas.

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Soledad había perdido el apetito y se le quedó sin leche para el bebé. María iba a la casa grande para amamantar al pequeño de su hermana, desconocía que era a su propio hijo al que alimentaba. Mientras que María daba de mamar a Faustino, Soledad cogía entre sus brazos a Pablo, al que en verdad era su propio hijo, hecha jirones, vivía muerta y muerta vivía.

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Poco a poco Soledad no pudo con tanto desconcierto y dolor. Ausente, cada vez más escuálida, pálida. Permanecía la mayor parte del tiempo en el jardín ensimismada.
Llegó el invierno y el frío de enero. Una mañana Soledad no aparecía por la casa.

La encontraron junto al pozo con una gran sonrisa en su cara, estaba muerta hacía horas; en su delirio había creído estar junto a Pablo. Fue éste el que supo donde buscarla cuando la dieron por desaparecida. Al cogerla entre sus brazos, la miró y beso sin importarle que Isabel estuviese presente, lleno de dolor dio un grito enloquecedor, fulminado cayó con Soledad entre sus brazos al suelo. Isabel viendo un castigo divino en todo lo ocurrido, separó los cuerpos para que nadie los viese juntos, intentó cerrar los ojos y la boca de Soledad, no lo consiguió. Dicen que estando en el ataúd Soledad tenía una gran sonrisa, una cara de felicidad que sobrecogía a quien la miraba.
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Algo que comieron ambos debió matarlos, así lo certificó el médico de la familia, colaborador de Isabel, ésta supo recompensarle siempre.

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Fueron enterrados a las cinco de la tarde en el Castillo Bury al-Hamma, uno junto al otro; así lo dispuso Isabel sintiéndose por primera y única vez responsable de aquella tragedia. Al menos en el más allá podrían encontrarse. Siempre supo de la desdicha de su hija sin importarle demasiado, era la única manera de salir de la pobreza.
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Pasado un año D. Fausto se casó de nuevo con María. Ésta no salió de la casa grande para criar a Faustino, a la vez que a Pablo. En la cama del señor entró apenas transcurridos unos meses del entierro de su hermana, azuzada por la madre que tenía muy claro la forma de no salir de aquella casa. María y D. Fausto, no tuvieron hijos juntos, convirtiéndose en únicos herederos de la fortuna Faustino y Pablo. Con el paso de los años nuevas generaciones olvidaron la procedencia humilde de esta acomodada familia.


Cuenta la leyenda que durante mucho tiempo se vio en el "Pilarejo" reflejada en el agua a una bella mujer vestida de azul con una gran sonrisa , y que a quien se acercaba a este lugar, ésta le preguntaba por su amado, después se escuchaba el grito desgarrador de un hombre. Este lugar decían encontrarse encantado, un sitio al que nadie era capaz de ir a las cinco de la tarde, hora en que coincidían los lugareños que se producía la aparición.
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Hoy mi homenaje a los enamorados de todos los tiempos.
Dicen que de amor ya no se muere...



Por Ana Ortiz Rodríguez

4 comentarios:

Anónimo dijo...

El amor no se le conoce por lo que exige sino por lo que ofrece.

Anónimo dijo...

que bonita historia el amor es tan grande........feliz dia de los enamorados,

Anónimo dijo...

Tu relato como siempre precioso amiga Anita.

paco vasco dijo...

Me ha encantado tu relato, Ana. El amor, los sentimientos hay que ver la cantidad de matices que pueden llegar a tener. Y las fotos, algunas con una perpestiva nueva, geniales.Y ya, impaciente, esperando tu proximo relato. Felicidades.