lunes, 8 de diciembre de 2025

Conejo de sierra a la Bañusca de Ana Pepa. Recetas de Baños de la Encina

 

 Conejo de sierra a la Bañusca de Ana Pepa

Ingredientes

  • 1 conejo troceado
  • 2 hojas de laurel
  • Sal al gusto
  • Aceite de oliva virgen extra
  • 1 pimiento rojo troceado
  • 1 cebolla dulce picada
  • 1 cabeza de ajos en rodajas
  • Tomillo en rama (natural)
  • 1 cucharada de pimienta en grano
  • 1–2 pastillas de caldo de carne
  • 1 vaso de vino
  • 1 vaso de agua
  • Zumo de 1 naranja


 La historia de la receta, Conejo a la Bañusca de mi madre, Ana Pepa

En Baños de la Encina, mi pueblo, había una tradición muy bonita que hoy casi se ha perdido: cuando una pareja se casaba, los primeros días iban de casa en casa, invitados por familiares, amigos y vecinos. Era una forma sencilla y preciosa de acompañar a los recién casados, de darles la bienvenida a su nueva vida rodeados de cariño, comida casera y puertas abiertas.

Mi madre, Ana Pepa, era una de esas mujeres que siempre recibía a la gente con un plato en la mesa. Y cuando tenía invitados —sobre todo si eran recién casados— había una receta que nunca fallaba: su Conejo a la Bañusca.
Un guiso humilde pero lleno de sabor, hecho con paciencia, con tomillo en rama, con su mano buena para el sofrito y con esa manera suya de cocinar que convertía lo sencillo en especial.

Yo sigo preparando esta receta en su recuerdo.
Porque cuando el olor del conejo dorándose se mezcla con el del pimiento, los ajos y el tomillo, es como si ella volviera un ratito a estar conmigo en la cocina.
Porque cada vez que la hago, siento que conservo un pedacito de esa tradición y, sobre todo, de ella.

Por eso la comparto aquí, en mi blog “Mis propias cosas”, para que no se pierda, para que otros puedan disfrutarla y para que la memoria de mi madre siga viva entre mis guisos, mis palabras y mi vida.

 


Las figuritas del Nacimiento de Pedro Ortega, Baños de la Encina

Las figuritas del Nacimiento de Pedro Ortega
Siempre viene a mi memoria aquellas figuras que miraba cada año, pero que nunca pude llevar a mi casa. Tenía pocos años y aquella tienda estaba repleta de sueños. Cualquier cosa que buscabas, aquellas vitrinas la guardaban. Me quedaba mirando con atención: el Niño Jesús, tan bonito y desabrigado, solo en pañales debían de ser pobres; la Virgen, muy bonita, cubierta por un manto azul; San José con sus barbas; la mula y el buey. Pero luego había un pueblo entero, con casas y sus artesanos: el panadero, el carpintero, los pastores con sus ovejas, cerditos, gallinas y lavanderas en un río de plata, con pescadores y un puente por donde venían los Reyes de Oriente en sus camellos, cargados de oro, incienso y mirra, según decía nuestra catequista.
Me movía de un sitio a otro y era como pasear por el pueblo de Belén. Había más chiquillos que miraban y alguno que compraba una figurita. Yo nunca las toqué. Tampoco dije en casa aquella gana tan intensa de poner un Belén, porque sin que nadie me lo dijese, quizá ya sabía que no era viable comprarlo. Pero cada año yo iba, miraba, disfrutaba y soñaba la historia de un Niño Dios que nacía siempre en diciembre.
Aún hoy no dejo de recordar al pastor con el cordero al hombro y a aquel hombre con el culo al aire que nos hacía reír. Pero cuando tenía unos 30 años, en el Centro de Adultos, pintamos nuestro Belén. Por fin lo iba a conseguir: tendría aquellas figuras de ensueño, y cada pincelada era amor puro. Mis hijos tendrían el Belén que yo no tuve, pero en realidad y siendo sincera era mi ilusión, como decía mi maestra Luisa López Nava. Y al año siguiente pintamos los Reyes.
Durante 15 años fui a ese Centro Tamujoso, donde aprendí muchas cosas y donde hicimos grandes amigas. Después pinté otros Belenes, seguro que mejores y con más técnica, para mis sobrinas y mis hijos. Pero para mí, este que hoy he puesto, como cada 8 de diciembre, es el que cumplió mi ilusión y al que más cariño le tengo.