Las figuritas del Nacimiento de Pedro Ortega
Siempre viene a mi memoria aquellas figuras que miraba cada año, pero que nunca pude llevar a mi casa. Tenía pocos años y aquella tienda estaba repleta de sueños. Cualquier cosa que buscabas, aquellas vitrinas la guardaban. Me quedaba mirando con atención: el Niño Jesús, tan bonito y desabrigado, solo en pañales debían de ser pobres; la Virgen, muy bonita, cubierta por un manto azul; San José con sus barbas; la mula y el buey. Pero luego había un pueblo entero, con casas y sus artesanos: el panadero, el carpintero, los pastores con sus ovejas, cerditos, gallinas y lavanderas en un río de plata, con pescadores y un puente por donde venían los Reyes de Oriente en sus camellos, cargados de oro, incienso y mirra, según decía nuestra catequista.
Me movía de un sitio a otro y era como pasear por el pueblo de Belén. Había más chiquillos que miraban y alguno que compraba una figurita. Yo nunca las toqué. Tampoco dije en casa aquella gana tan intensa de poner un Belén, porque sin que nadie me lo dijese, quizá ya sabía que no era viable comprarlo. Pero cada año yo iba, miraba, disfrutaba y soñaba la historia de un Niño Dios que nacía siempre en diciembre.
Aún hoy no dejo de recordar al pastor con el cordero al hombro y a aquel hombre con el culo al aire que nos hacía reír. Pero cuando tenía unos 30 años, en el Centro de Adultos, pintamos nuestro Belén. Por fin lo iba a conseguir: tendría aquellas figuras de ensueño, y cada pincelada era amor puro. Mis hijos tendrían el Belén que yo no tuve, pero en realidad y siendo sincera era mi ilusión, como decía mi maestra Luisa López Nava. Y al año siguiente pintamos los Reyes.
Durante 15 años fui a ese Centro Tamujoso, donde aprendí muchas cosas y donde hicimos grandes amigas. Después pinté otros Belenes, seguro que mejores y con más técnica, para mis sobrinas y mis hijos. Pero para mí, este que hoy he puesto, como cada 8 de diciembre, es el que cumplió mi ilusión y al que más cariño le tengo.



No hay comentarios:
Publicar un comentario