viernes, 10 de enero de 2014

ELLA

ELLA.
Invisiblemente activa,  vida antigua.  Sin amanecer siquiera ya deambulaba por la casa preparando leche caliente para ese hijo que tanto desgarra su alma de madre; un día abrasador le esperaba, tanto como el horno que derretía la suela de sus zapatos; si también recuece su cuerpo (comentaba en voz alta mientras introducía tarros de zumo de piña en el bolso de trabajo) Madre, mujer sabía conocía sin cursos en nutrición la necesidad de hidratación de ese joven sometido a altas temperaturas cuando entraba en el infierno del tejar. Percibiendo el agotamiento incordiaba sin alternativa “son las cinco hijo” él que sabía de buena tinta que siempre comenzaba ese retahíla treinta minutos antes se abrazaba a la almohada sin reproche ni réplica, escuchaba repetidamente el reclamo y consultando su reloj, se levantaba justo a tiempo para engullir la leche que aún permanecía caliente y  recoger la talega. En silencio se ajustaban en el coche lleno de hortalizas y llegaban a la plaza de abastos, eran los primeros ya que adaptar los horarios no era posible. Con un gesto de complicidad y la bendición de la madre él vuelve al coche, lo esperan los compañeros así la gasolina será sufragada. ELLA, va colocando lentamente las hortalizas sobre el mostrador, la más atractiva más a la vista, el peso, y la lata con monedas sobre un cajón bajo el mostrador,  cubre con los sacos húmedos las habichuelillas esperando que comiencen a llegar las parroquianas. Una gran sonrisa, un peso generoso, mientras pregunta por los familiares. Debe venderlo todo ya que al día siguiente estará ajado, alguna oferta ya a último de la mañana, es tarde y habrá que llegar a la tienda a por alguna vianda piensa. Por fin sólo quedan patatas, eso aguanta, va acoplando una espuerta dentro de otra y los sacos ya casi secos en la canasta; limpia el mostrador y los platillos del peso con unos tomates defectuosos, aclara bien y satisfecha encaja la lata con el dinero en el cesto. Pesa bastante, piensa, se lo encaja todo en ambos brazos y con buen humor se despide de las otras hortelanas, “aquí que voy a estar yo hasta el medio día por no bajar un poco el precio de lo más escogido, piensa”. Sabe que es mucho lo que queda por hacer y su tiempo es valioso. De camino recoge en la tienda unas botellas de vino blanco, azúcar y algunas especias, hoy no puedo comprar mucho si no, no llego con brazos, se dice así misma. Son casi las una cuando baja por el Camino Ancho, a lo lejos su meta, ya va cumpliendo años y se siente cansada, ahora queda la diaria discusión, él calcula la venta en romana y ella es generosa al despachar para ser la que mas parroquianas tiene, no cuadran nunca las cuentas. La comida, unos minutos de descanso, llegó el hijo y al menos un rato debe descansar. Recuerda cuando eran muchos, y todos trabajaban en la huerta vieja, hijos míos, entonces hasta bordaba por las noches a la luz del carburo, vivíamos todos en el campo, ya no, ya no puedo trabajar tanto. Pasa la siesta y es buena hora para recoger la hortaliza del día siguiente, no quiere que las manos de la pequeña se curtan y manchen, aunque ya no es tan pequeña, con las tareas de la casa cuando sale del colegio y cuidar de la chacha Pepa tiene bastante la criatura. Odia tener las rodillas y las manos tan oscurecidas,  no hay  otra forma, tiene que descansar el cuerpo sobre ellas y las manos son la herramienta. Llega la tarde noche y llegan al pueblo ella y su hijo, José no deja sola la tierra ya que es fácil qué llegue otro y con las manos limpias se lleve su sudor. La noche, no protesta ni se queja mientras prepara una lista para la compra del día siguiente para que su Anita compre lo de casa, sólo ésta es protegida del campo pero instruida para ser mujer para un pobre, como se dijo antaño.

Así junto al calor de una mesa camilla, medito como mi vida siempre es más grata que la suya, nunca rechaz-ó  su suerte. Toda ella se dio sin pedir nada. Gracias

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