25N: El día en que ya no sentí miedo
Recuerdo que no te gustaba que hablase con Ana. Decías que
tenía una manera de ver la vida demasiado libre, ligera de cascos. Nunca
entendí por qué no te gustaba, y menos lo de los cascos, si ni siquiera le
gustaba usar sujetador. Ella decía que ese invento tendría que haber sido para
otras partes masculinas, y luego soltaba una carcajada. En verdad, yo envidiaba
cómo se reía, a carcajadas. Era feliz. Siempre se la veía feliz.
“La mujer que ríe así es una fresca”, decías. Pero yo la
envidiaba, incluso soñaba que era ella.
Tampoco te gustaba mi hermana. Si no, la habrías elegido a
ella y no a mí. Está demasiado buenorra, y el hombre que dé con ella… menuda
cornamenta. Y no es que yo me fije en ella, ¿eh?
“Yo te prefiero a ti cuidando a nuestros hijos. Eres lo que
tienes que ser: una mujer pa’ un pobre.”
Eso tampoco lo entiendo bien. Y tampoco pregunto.
Sabes, prefiero no enfadarte y darte la razón. Después de
todo, es lo mejor. Sabes que de política no entiendo, ni de fútbol. Bueno, la
verdad es que no entiendo de mucho, pero preferiría que no me lo recordases
tanto. Ya lo sé: que no sé.
Hoy te enfadé de nuevo. Piensas que ya no te quiero y que
amo a no sé quién. No sé ni cómo piensas eso, si con nadie me relaciono y tú lo
sabes. Pero no es eso: la nena tiene pesadillas, va fatal en el cole. Me llamó
la profe, dice que la nota rara, distraída. Por eso voy a tutorías. No pienses
cosas raras. Con lo que yo te quiero… ¿cómo puedes pensar esas cosas?
Pero, ¿sabes? Hoy no siento miedo. No sé cómo lo
conseguiste, pero después de que me abrazases tan fuerte, tan fuerte que
parecía ahogarme, lo veo todo como de lejos. Estoy bien. Me siento bien, como
si no me doliese nada, como si no tuviera cuerpo. Qué curioso, ¿verdad? Te veo
en el sillón y no me preocupa lo que pienses. Estoy bien.
Y ahora… ya no siento miedo.

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