martes, 6 de enero de 2009

ALMA MORA


ALMA MORA
Ana Ortiz Rodríguez
Accésit Ier Certamen Relato Corto y Cuento
“Paisajes Dormidos”, Modalidad Mayores
Baños de la Encina
ALMA MORA




Cuentan, que en los tiempos en el que el castillo de Baños de la Encina se encontraba en poder de los moros, hubo una encarnizada batalla entre moros y cristianos, en la cual los cristianos fueron atacados y vencidos cruelmente. Un capitán llamado Farax,, hombre valeroso de complexión fuerte, armado y cubierto de sangre cristiana, deambulaba entristecido por el escenario de la sangrienta cruzada. Se encontró un bebé, que lloraba si cesar junto a su madre, una hermosa joven, que yacía en el suelo en un charco de sangre. La joven lo había protegido con su cuerpo salvándole la vida, y el capitán moro sintió algo en su interior que le hizo coger a la criatura, la introdujo entre sus ropas y se marchó de aquel espeluznante lugar.

Cabalgó hasta la fortaleza de Bûry al-Hamma donde vivía, llevando al bebé junto a su pecho, el cual al movimiento del caballo y el calor del cuerpo de su salvador, dormía tranquilo. Cuando llegó se lo entregó a su esclava Débora (una cristiana cautiva) que cuidaba a su hijo Omar, ya que su esposa había muerto desgraciadamente en el alumbramiento.
-Mujer, cuida a esta criatura como si fuese tuya –dijo Farax, y se lo entregó sin mirarlo. Estaba ensangrentado, el olor le hacía recordar lo dantesco que había sido el día anterior; apenas se le veía el rostro sólo la sangre de su madre que ya estaba seca pedía clemencia -es muy pequeño –musitó la esclava confundida. Débora lo abrazo y se lo llevó, preparó un lebrillo de barro con agua tibia y sumergió en este al bebé que empezaba a llorar; al lavarlo descubrió que era una niña, de pelo fino y escaso, apenas una pelusilla clara, de ojos azules. La llamó Lía, la custodiaría como si fuese su propia hija, pensó ilusionada. Omar sólo tenía un año, era un chico sano y fuerte, alegre y juguetón, a él no podía enseñarle la doctrina de Cristo pero lo haría ahora en secreto con Lía, su pequeña.
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Farax nunca prestó demasiada atención a Omar ni a Lía, de eso se encargaba Débora, él se encontraba demasiado ocupado en pleitos con los cristianos e incluso con los mismos musulmanes ya que había bastantes discrepancias entre ellos. Débora crió y educó con todo su amor y dedicación a ambos niños sin distinción. Omar era educado en la fe de Mahoma por su instructor, y Lía en la cristiana por Débora. Muchas veces Omar que era muy curioso, escuchaba a escondidas entre las tinajas, sentado en el suelo; los relatos que la esclava contaba a la niña mientras la tenía en sus brazos, quedando éste apasionado ante aquel gran hombre llamado Jesús el Nazareno que curaba enfermos y amaba a todos.

Los niños crecían con muchos mimos y cuidados. A Débora le parecía que demasiado rápido, cuando fuesen mayores no podría protegerlos igual que ahora. Jugaban en los alrededores de la fortaleza, corrían por sus quince torres, y en vez de caer por ellas parecían protegerlos como si cada almena fuese su guardiana. Había mucha agua en sus alrededores, manaba el agua por doquier cristalina y pura, medicinales decían los médicos, según donde tuvieses el mal debías tomar el agua de una fuente u otra. Junto a éstas, Sierra Morena con su flora y fauna los abrazaba con sus magnificas encinas y jaras; cuando los niños se introducían en ella, luchando, en sus juegos de colosales guerreros, con sus espadas de madera en alto, luchaban, gritaban, reían… Omar siempre se rendía para que Lía fuese la vencedora, terminara contenta y no llorara. Los acompañaba siempre un servidor de Farax llamado Al-Haken “El tuerto” que había perdido un ojo en un batalla; un hombre de temperamento fuerte, de edad avanzada para luchar en un cruzada, no para defender a dos jovencitos; perspicaz y fiel a Farax, le correspondía protegerlos y así lo haría hasta su muerte. El agua en verano era su mayor distracción, se bañaban en el río Rumblar, pequeño pero bello, limpio y noble, mientras su vigilante dormitaba a la sombra de una gran encina, ellos sofocaban el calor asfixiante del verano mientras se divertían. Siempre se habían bañado sin ropa pero Lía empezó a sentir vergüenza y se bañaba con una camisa blanca de lino, que aun hacía más hermoso su cuerpo cuando se mojaba por el agua. Lía siempre estaba riendo, todo la sorprendía y entusiasmaba. Omar era para ella aire que respiraba.

Omar comenzó a sentir algo en el estomago que nunca había sentido, Al-Haken le dijo que eso era amor; -no es nada de cuidado, eso es bueno si es correspondido -murmuró con una sonrisa burlona. Ahora eran adolescentes, permanecían más tiempo callados, paseaban más, conversaban de lo diferente que debía ser su Dios para que se odiaran tanto moros y cristianos, ellos no llegaban a entenderlo. Lía que nunca se sintió prisionera en la fortaleza, gracias al amor de Débora, ahora se sentía atrapada y confusa con deseos y pensamientos que la inquietaban, en realidad pensó que era otra cristiana cautiva como Débora, ni más ni menos. Farax no era su padre ni la trataba como tal aunque la protegía indudablemente. Ni siquiera tenían un mismo Dios ¿Cuál era su papel en aquel sitio? ¿Quién era su familia? ¿Donde estarían…? Todo le parecía diferente a cuando era pequeña.

Hubo una gran batalla en la que los moros fueron derrotados y la fortaleza conquistada por los cristianos, teniendo que abandonar apresuradamente la fortaleza, pero nuevamente fue reconquistada por los musulmanes regresando a ésta con la intención de no abandonarla nunca más.

Omar se había convertido en un valeroso guerrero, su aspecto era extraordinario: alto, corpulento, con barba y pelo negro, ojos rasgados y castaños de mirada penetrante. Lía era una joven tan hermosa que sólo mirarla hechizaba; cabello ondulado, largo y rubio, con piel delicada y suave, alta, delgada, bien formada, e inteligente.

La situación estaba muy revuelta en los últimos tiempos. En la fortaleza se reunieron el rey cristiano Fernando III y el emir de Baeza, un ir y venir de caballeros y moriscos, hacía que las pocas mujeres de la fortaleza permanecieran ocultas, temerosas ante los acontecimientos venideros.

Los jóvenes se veían menos, ya que Omar estaba junto a su padre que le enseñaba a luchar con auténtico frenesí, Lía esperaba anhelante su regreso, subida a las almenas, vigilaba los caminos que lo traerían de vuelta a casa. A su regreso, Omar trajo un precioso corcel negro para Lía, era su reglo de cumpleaños, hacía diecinueve que Farax la encontró. La muchacha encantada no sabía que decir, abrazó el cuello de Omar lo besaba sin cesar, reía, lloraba, era feliz. Al caballo lo llamó Azabache y con él daba largos paseos. No siempre eran vigilados por Al-Haken ya eran mayores para cuidarse y Omar se irritaba cuando no los dejaban ir solos; él era un soldado, más que suficiente para cuidar de Lía.

Un día mientras se bañaban en el río encontrándose solos, Omar comenzó a jugar en el agua pero sus juegos terminaron siendo de una pasión desenfrenada, juntos fueron los seres más felices de la tierra.

El joven Omar contó a su padre sus sentimientos, -eso es absurdo, un moro y una cristiana –dijo el padre enfurecido -tengo pensado para ti una boda musulmana con una de las hijas del emir –dijo nuevamente el padre –usted salvó su vida ¿por qué? –no para que fuese tu esposa, hijo a veces mientras luchas sin quererlo piensas en tu familia, procura no hacerlo nunca, pues te hará sufrir y compadecerte de tu enemigo; por eso la salvé, te vi a ti.

Débora enseguida advirtió el embarazo de Lía y la ayudó a ocultarlo con ropas más amplias pellizcando sus mejillas, coloreándolas artificialmente. Omar no estaba en la fortaleza casi nunca, siempre con rencillas y batallas, sabiendo las intenciones de su padre respecto a su futuro estaba confuso, desesperado sin saber que hacer aun no siendo conocedor del estado de Lía ya que ésta se lo ocultó, porque si Farax se enterase puede que esta vez no fuese tan compasivo.

21 de septiembre de 1225, una noche, una tormenta de verano despertó a Lía estremeciéndola, presentía que algo terrible iba a suceder, comenzó a sentirse mal, su corazón se agitaba y un desosiego la invadía, comenzó a sentir dolores, había llegado la hora del parto, Débora la tranquilizó, preparando lo necesario: fue al aljibe y puso agua a calentar, sacó trapos blancos de una caja de madera, también la ropa el bebé que a escondidas cosieron las dos durante el embarazo. Decidió llamar Omar y revelarle el secreto ya que desde aquella tarde en el río no se había visto a solas con Lía. El notaba que estaba mas guapa decía; su cara era más tersa y bonita que nunca. El parto fue rápido, nació un varón de piel morena y ojos negros, se le veía sano, al lavarlo Débora observó que había un gran lunar muy oscuro en el muslo de la pierna derecha, también lo tenía su padre y todos sus antepasados. Con el ruido de la tormenta nadie escuchó nada y el secreto seguía guardado. A la mañana siguiente ocurrió algo inesperado para las dos cristianas que debería ser estupendo, eran libres, la fortaleza era reconquistada por el rey cristiano. Los musulmanes debían marchar de inmediato ya que su vida corría peligro al menos que algunos quisieran convertirse al cristianismo. Omar no sabía quien era en realidad ni cual era su autentica fe, sólo sabía que sin su hijo y sin Lía la vida carecía de valor para él.

Decidido por la conversión, y el desacato a la fe de Mahoma, fue a comunicárselo a su padre. –Antes muerto –dijo el padre incrédulo –mi vida esta aquí padre, y mi alma no se marchará nunca de esta fortaleza aunque muera estará entre estas torres para siempre, lo juro.

Colérico, Farax sacó una daga de entre sus ropas, Al-Haken que estaba junto a ellos haciendo los últimos preparativos advirtió lo que se disponía a hacer y sin poder hacer nada vio como Farax dando un aterrador grito – ¡antes te he de matar yo¡ la enterró en el pecho del hijo amado –sacando con rabia la daga del cuerpo, calló al suelo y lloró amargamente junto a Omar su único hijo. El dolor que sintió es inenarrable, dicen que nunca hubo trovador que supiera describirlo. Su fiel servidor Al-Haken envolvió el cuerpo en un lienzo blanco y lo guardó en un carro con sus pertenencias
Las dos cristianas, cuando supieron lo ocurrido maldecían a Farax “el que le quita la vida a un hijo no merece vivir el” exigieron poder ver el cuerpo por última vez, no siendo permitido por el padre que las declaró culpables de la desdicha. Al día siguiente se marchó todo el morisco, ni uno solo quedó, con lágrimas en los ojos, con pena en el corazón Farax juró; que algún día volverán, que la fortaleza por los siglos permanecería, siempre mora será ya que se llevaba el cuerpo del hijo pero no su alma , esta allí permanecería.

El hijo de Omar y Lía se llamo Mateo. Lía resulto ser hija de un caballero castellano, ya que en la fortaleza fue reconocida, por éste, ante el asombroso parecido que la hija tenía con la madre. Al saber de la procedencia del hijo el padre pretendía mandarlos a ambos a un monasterio de Castilla, para dar a Dios las gracias por su hallazgo, siendo la hija monja y el hijo de sangre mora fruto de un amor inconveniente, debía ser entregado a los monjes para que cuando fuese mayor, él rogara por el agravio del padre hereje.

Lía padeció una extraña enfermedad, su mente permanecía ausente, escuchaba voces que la llamaban sin descaso, era el espíritu de Omar que lloraba por que no tenía a su amada junto a él; la voz cada vez se hacía más insistente, no podía dormir ni de noche ni de día. No podía alimentar a su hijo por sus pechos enfermos, no comía, deliraba por la fiebre.

Un día salió de la fortaleza dejando al niño con Débora, lo beso y abrazó –cuídalo como hiciste conmigo –dijo con la mirada perdida. Estaba desamparada, siempre había estado con Omar, le amaba tanto que no sabía vivir sin el; y aquel hombre que decía ser su padre, no la quería a su lado.
Una mañana del frío noviembre de 1225, montó a Azabache dirigiéndose al río. Mientras cabalgaba escuchaba la voz que la llamaba “Lía, Lía, amor mío” cuando llegó se desnudó sin sentir ningún frío, comenzaba a llover –son sus lagrimas –dijo boquiabierta. Sin dejar de oírlo se introdujo suavemente en el agua, allí estaba él, la estaba esperando -ven ven -y abrazándose a su amado sintió el calor de su piel, sus besos. Ya no sentía miedo, era feliz, allí desapareció.

Después de una sospechada búsqueda encontraron al caballo junto al río, las sandalias cuidadosamente colocadas y la ropa. Dicen que su cuerpo nunca fue encontrado que las aguas no lo devolvieron.

El caballero castellano don Rodrigo, un año después murió de pena, al pensar que no quería tener a su hija junto a él, y por eso Dios nuevamente se la había robado. Teniendo que proteger a su nieto dicen que todos los bienes de la familia fueron para Mateo. Débora estuvo con él hasta su muerte, fue a los noventa años, ella le contó todo lo ocurrido a sus padres, Mateo vivió holgadamente, y muchas generaciones también.

Durante mucho tiempo hubo gente que vio paseando a dos jóvenes de la mano vestidos de blanco, por las almenas del castillo, y que cuando les llamaban la atención, desaparecían, que del castillo no se marchan y que aun están en el. Otros que la silueta de Lía se veía sentada junto a una fuente cercana a la fortaleza para así poder ver a su hijo jugar y crecer, que aún hoy la fuente está encantada “la fuente del Pilarejo”.

Se decía que el hijo de ambos nunca se fue de Baños, ya que el juramento de su padre le tenía encadenado a esta tierra, y que hoy en día sus descendientes lo siguen estando; no se sabe quienes son, se les podría reconocer porque siguen teniendo aquel mismo gran lunar en la pierna derecha; que de Baños no se marcharán, y así será mientras quede un trozo de esta bellísima fortaleza, habitando por siempre en ella, un alma mora.


Este cuento se publicó en el programa de festejos de las FIESTAS DE PRIMAVERA

En Honor de Ntra. Sra. De la Encina y Ntro. Padre Jesús del Llano. Mayo 2008

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