viernes, 17 de diciembre de 2010

Los cinco minutos de Dios


En el tiempo de la poda, pareciera como si el árbol derramara lágrimas; el insensible podador corta las ramas sin compasión, despoja el árbol de sus brazos y desparrama su ramaje sin piedad.
Por cada una de las heridas el árbol destila la sangre de su queja o de su protesta; es como si el alma del árbol levantara el grito contra semejante atropello. Sin embargo, eso sirvió para que ese alma se contrajera, se replegara durante largos días de invierno y así no fuera alcanzada allá en la interioridad de su savia por el frío que mata.
Luego vendrá la primavera y los brotes anunciarán que el árbol no sólo no estaba muerto, sino que habrá recuperado nueva vida, nueva pujanza, nueva fecundidad en flores y frutos.

Alfonso Milagro

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ani: mucha Paz y Serenidad trasmite la foto

Anónimo dijo...

Muy bonita la foto y el texto