sábado, 30 de mayo de 2009

Baños de la Encina - II Certamen de relato corto y cuento "Paisajes dormidos"

"ÉRAMOS ESPECILES"


Canto a un pueblo de Jaén, que en la sierra ha florecido, Baños se llama de nombre, de la Encina su apellido.




Pueblo pequeño, no obstante tiene concedido el título de "Ilustre y Mariana Villa", cosa que llena de orgullo a los bañuscos.


Sus habitantes son personas sencillas, de buen corazón. Todos se conocen, se saludan con afecto. Si algo bueno le ocurre a alguno de sus vecinos, los demás allí están para felicitarlo, y si es malo acompañarle en su dolor. Este pueblecito se ve desde lejos, ya que está situado en un monte, su majestuosa y moruna fortaleza Bûry Al –Hamma, está en la parte más alta. El pueblo guarda al castillo con sus casas de piedra y cal y dos magnificas iglesias de las que presumen los bañuscos. Cantan éstos, una canción que dice así "Tiene tres obras de arte que todo el mundo conoce: El Castillo Milenario, la Iglesia de San Mateo, y el Camarín del Santuario". Éste es mi adorado pueblo.

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Les voy a contar la historia de de mi niñez y de mi querido Ico.
Nos situamos en 1985, 30 de marzo, día de mi cumpleaños. Mi tío Juan, hermano de mi madre, llegó a casa muy temprano, yo aún estaba acostado, entró en mi cuarto y me preguntó cuántos años cumplía sabiendo que yo deseaba que me hiciese esa pregunta. –Tres, ya soy mayor, le respondí muy contento. Traía algo escondido detrás de su cuerpo, enseguida me di cuenta que mi regalo estaba allí oculto.
-¿Qué me traes? Repetía sin parar.
- Para ti Javier
- Qué es, dime
- Un canario ¡tendrás que cuidarlo mucho!
Me quedé inmóvil ya que yo no sabía hacer casi nada, todo lo hacía mamá. Mi madre no se puso tan contenta y dijo enfadada mirando a mi tío fijamente a los ojos "más trabajo para mí." ¡Yo le cuidaré mamá! Mi madre, nada convencida, hizo un gesto con la cabeza dudando de mi responsabilidad.
Le llamé Ico. Mi madre se pasó el día diciendo "vaya con el pajarico" y tantas veces y tan rápido como lo decía yo solo escuchaba Ico Ico. Cuando mi padre vino por la tarde del trabajo, me preguntó qué nombre le había puesto, yo que aún no lo había pensado, contesté sin saber por qué, Ico. Mi madre que no era de mucho sonreír rompió en una gran carcajada y dijo: ¡Ico! Bueno hijo tú ganas yo te enseñaré como debes cuidarlo.
Era un canario amarillo como todos los canarios, pero mi madre decía que era especial como yo. Cuando le anillaron le hicieron daño en la patita izquierda y le dejaron cojo, sólo se apoyaba en la pata derecha. Creo que por eso el dueño aún sabiendo que cantaba mucho, lo descartó y lo regaló por tener ese problema o ser "especial", esa era la palabra que mi madre utilizaba cuando decía que yo no podía hacer algunas cosas.
Con el tiempo aprendí a ocuparme de él. Le gustaba mucho la lechuga y la manzana, incluso más que su comida especial para canarios. Pasaron cinco años, Ico cantaba enloquecidamente por las mañanas para despertarme. Cuando me levantaba mi madre, yo le ponía agua, comida y limpiaba su jaula. Me gustaba colocarme en el patio y mirarle mientras se bañaba y limpiaba meticulosamente sus plumas, sabiendo que yo vigilaba que lo hiciese bien.
Nadie sabía nuestro secreto. Hacía dos años que misteriosamente Ico y yo podíamos comunicarnos. Sí, yo le entendía perfectamente y él a mí. Era curioso que nadie más lo pudiera hacer pues su canto era claro y yo le comprendía de maravilla. Se lo conté todo a mi madre pero ella pensó que eran fantasías mías, me seguía la corriente pero yo sabía que no me creía.
ÉL hizo muchos amigos desde su prisión. En el tejado de nuestra casa descansaban: gorriones, palomos, golondrinas, tordos, incluso una cigüeña. Ico no comprendía por qué los demás pájaros estaban libres volando de aquí para allá y él tenía que estar encerrado en la jaula. Yo no podía contestar a su pregunta, sólo sabía que los canarios vivían en cautividad, y que si lo liberaba moriría, eso era lo que decía mi madre ¡Y además éramos especiales! Los demás niños iban solos al colegio, jugaban a la pelota y se peleaban a ver quién era el más fuerte. Yo Ico, nunca lucho, le decía, nadie quiere competir conmigo, mi madre me lleva siempre en el coche al colegio, y jamás podré jugar al fútbol, los dos somos especiales.
Mamá protestaba porque el pajarico, como le siguió llamando, derramaba la comida y el suelo del patio siempre estaba sucio. La jaula estaba colocada debajo del hueco de la escalera que subía a la terraza. Debajo de la jaula había muchas macetas con enormes hortensias y helechos, había unos platos de barro donde descansaban los tiestos y reposaba el agua para que las plantas no pasasen sed. Los pájaros que vivían libres se detenían a beber agua en aquellos cuencos de barro, que mantenía el agua más fresca incluso que la que tenía Ico en sus bebederos. Comían del alpiste y cañamones que intencionadamente derramaba él para que todos comiesen. Hablaban entre ellos y le contaban a Ico como vivían, las dificultades que tenían para encontrar comida; le señalaban que tenía suerte por no molestarse en buscar alimento. Pero al mismo tiempo se compadecían de él por ser condenado a vivir en aquella bella jaula. Todos les describían por donde volaban y las maravillas que veían. La cigüeña desde lo alto del tejado le dijo:
-¡Si pudieses volar un solo día y ver como es el mundo!
- Nunca volé, no sé volar.
-¡Qué barbaridad!.
-¿Qué ocurre cigüeña? Dime.
- Los humanos tienen un pájaro humillado sólo para escucharlo cantar su desdicha…
Ico quedó sobrecogido con aquellas palabras ¿los humanos eran malos? Él no sabía nada del mundo, nada más que lo que yo le contaba y yo lo vivía de una manera especial según mi madre. Desde aquel día, Ico estaba muy triste, me hacía preguntas que yo no podía responder y en su inquietud dejó de cantar.
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Mi abuela Ana siempre que salía al patio y lo veía en su hermosa jaula dorada, repetía un párrafo de una obra de teatro que ella interpretó de niña, sobre 1928 en el patio de "La Posá" decía así:
"Porque, el pajarillo enjaulado, tendrá mucho que comer en calidad, pero en cantidad sólo lo que le den. Más el pájaro volando, unas veces con hambre y otras con frío, siempre tiene por suyo cuanto haya debajo del sol.
En la interpretación de mi abuela había una profunda nostalgia, decía que le gustaría volver a ser niña. Callaba largo rato y decía, Libre pajarillo, libre deberías ser.

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Una mañana de primavera Ico me esperaba inquieto deseoso de contarme la propuesta de sus amigos.
Llegó el buen tiempo, y si yo le liberaba ellos se harían cargo de cuidarlo, enseñarle a volar y vivir en libertad. Sólo un día merecería la pena vivir libre, más que miles en cautiverio.
¿Ya no era feliz hablando conmigo como antes? ¡Quería marcharse!. Me enfade mucho, ya no quería estar a mi lado. Me marché sin decirle nada. Pasé toda la noche sin dormir pensado en tan dolorosa propuesta, él era mi mejor amigo ¿qué haría yo sin él? Después de tres días sin acercarme a su jaula recapacité, llegué hasta él y con mucha alegría le dije
-Serás libre, libre como todos tus amigos
-De veras lo harás –contesto cantando como loco
-Si soy tu amigo tengo que hacerlo, si no lo hago me convierto en tu carcelero
-Vendré a verte todos los días –me prometió con entusiasmo
Llegó el día de la despedida, era el mes de junio, no le conté a mi madre lo que pensaba hacer, le pedí que me dejara solo en el patio con mi camarada, ella notó algo extraño y me preguntó:
-¿Te ocurre algo hijo?
- Estoy bien mamá no te preocupes
No estaba bien, estaba nervioso, contento, triste, no sé describir como me sentía en aquel momento. Era consciente de lo importante que era para Ico. Con mucho valor como si fuese a liberar al mundo entero, abrí su jaula, lo cogí en mi mano, dejándolo en el suelo, lo miré y le dije, ¡LIBRE! Le estaban esperando todos sus amigos, con gran júbilo todos le daban ánimo ¡también les entendía a ellos! Una golondrina invitó a subir sobre ella a Ico, de un salto con su única patita remontó sobre ella y en un instante, la golondrina echó a volar y todos los demás pájaros en un espontáneo cortejo desaparecieron de mi vista.

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Habían transcurrido tres días y él no venía a visitarme como prometió. Cuando le conté a mi madre toda la verdad tampoco me creyó, pensó que se me había escapado y yo había inventado la historia. Creo que en cierta manera sintió alivio. Al verme triste, quiso regalarme otro canario, pero muy enojado le grite que no.

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A la semana apareció Ico en el bardal del patio acompañado de un tordo, yo me eché a reír cuando le vi subido encima como si fuese montando a caballo. Bajó de una pequeña volada y empezó a contarme:
- Ya sé volar un poquito todos me enseñan y me animan, pero me canso mucho, me tienen que seguir llevando a todos sitios ¡Es sorprendente el mundo Javier! Vivo en una gran fortaleza con 14 magníficas Torres, una más grande y gorda, en su terraza se observa todo el pueblo, se descansa y se habla de cómo ha ido el día, también cuentan historias, dicen que hace mucho, mucho tiempo, la fortaleza fue construida por los moros, que pelearon por conservarla en feroces cruzadas contra los cristianos.


Hoy el Castillo, Bûry Al–Hamma, se muestra altivo, dejándonos ver su fuerza y su supervivencia. Allí duermen los pájaros y los sueños.
- De los muchos pájaros que hay, ninguno es amarillo como yo, seguro que por eso decía tu madre que yo era especial.
- Ahora siento la brisa, el sol en el cuerpo, por las mañanas viajamos de un lado para otro. El agua es siempre fresca, nunca pensé que hubiese tanta, el lugar donde vamos a beber es inmenso le llaman Rumblar, éste guarda el agua de lluvia y de los riachuelos que llegan a él. Cuando nos ponemos a descansar en la sombra de los pinos que hay junto a él, advierto como todo huele de una manera especial, dicen mis amigos que es el tomillo y el romero, el frescor de las jaras de sus flores. –Calló por un momento y después continuó -La comida la verdad no me gusta mucho, hay cosas que ni las pruebo; algunos comen insectos y a mí me repugnan, a mis compañeros los gorriones les sirve cualquier cosa, dicen que soy muy raro por no gustarme la comida que ellos comen.
Yo cerraba los ojos y escuchaba su narración, podía ver, oler, notar cuanto él me contaba. Fueron momentos inolvidables. Sentía aquella libertad de la que yo nunca disfruté. Les puse en el suelo comida y la agotaron para recuperar fuerzas. Cuando se volvieron a marchar no sentí pena, todo lo contrario.
Tardó casi un mes en volver, yo estaba muy preocupado. Una mañana estaba desayunando en la frescura del patio, cuando vi cómo se paraba una joven cigüeña en el tejado vecino, desde lo más alto bajó planeando, haciéndome una demostración de sus progresos de vuelo, aunque al llegar al suelo se dio un gran cachiporrazo ya que era muy difícil hacer bien el aterrizaje con una sola pata. ¡Mi querido Ico! grité. Esta vez estuvimos juntos dos horas; lo que tenía que contarme era maravilloso, había contemplado lo que los humanos llamaban el paraíso.
Cuéntamelo todo le dije. Y él con su canto me contó cómo había hecho amistad con la cigüeña:





- Volamos por los tejados de la Ermita del Santo Cristo, allí se reúnen muchas aves que visitan a las cigüeñas que viven en este tejado, son tres, dos adultos y una cría que se llama Mandolina, ésta a pesar de su tamaño es tan amiga y tan considerada como los demás pájaros conmigo. Ésta me lleva sobre su cuerpo a visitar muchos lugares como el Campanario de la Iglesia de San Mateo, el Molino de Viento, a una pequeña ermita, la de "Jesús del Camino" que hay en el camino que lleva al Santuario de la Virgen de la Encina,, parando en el Pilar para tomar agua fresca; Sobrevolamos el pueblo varias veces al día, ella es muy joven y tiene que hacer vuelos cortos para prepararse para el largo viaje que les espera. Un día descansábamos en la ventana del Camarín del Cristo del Llano de estar de aquí para allá, pude ver la gloria, ha sido una visión que no puedo borrar de la memoria; Espejos de diversas formas, ángeles, pájaros verdes y dorados, imágenes de hombres y mujeres, y unos mascarones de cuyas bocas y nariz salen tallos de vid y ramas. Todo permanece quieto dejando que los rayos del sol los acaricie.
- Siguió dándome detalles, yo podía ir viendo cada una de las imágenes que él me describía.
- En las cuatro esquinas cuatro hombres insólitamente acompañados: por un león, otro por un águila y otro un toro, otro escribía algo en un libro acompañado por un ángel. –Así con toda minucia yo fui percibiendo las maravillas de aquel hermoso lugar.
Ico me describió tantas cosas con tantos detalles, que cuando se lo expliqué a mi madre se quedó sorprendida, estuvo unos días pensativa y rara.. No sé si empezó a creerme, pero lo que sí procuró fue llevarme a más sitios. Una tarde me llevó, a ver el Camarín, aunque yo lo conocía perfectamente por las explicaciones de mi amigo y se lo iba detallando a mi madre absolutamente todo con el consiguiente desconcierto de ésta.
Dejamos de usar tanto el coche. Salíamos a la calle con más frecuencia, yo me apoyaba en su brazo con todas mis fuerzas, mi madre estiraba de mí "Vamos, Javier ¡agárrate fuerte!" Un día nos montamos en el coche y mamá me dijo que no perdiese detalle que íbamos a bañarnos al pantano, yo nunca había ido, mi madre temía que el frío del agua fuese perjudicial para mi salud, pero ese día hacía mucho calor. Mi madre con esperanzas y con miedo, lo vi en sus ojos, me ayudó a entrar en el agua; llevaba unos manguitos puestos, sentía como me apretaban en los brazos, mamá los infló al máximo para que estuviese seguro. Temblaba, no era ni mucho menos de frío, era la impresión, aquel era el sitio especial que me contaba Ico en él que dormía el agua del cielo… No me ocurrió nada malo, disfrute del agua y del sol como nunca lo había hecho en mi vida. Mamá estaba muy contenta, por la noche se lo contó a mi padre, éste se encogió de hombros y dijo que no se hiciese ilusiones.
Mi madre dijo que ella sería como los pájaros que ayudaban a Ico, me ayudaría a ser libre. Aún siendo especial haría todo cuanto pudiese con la ayuda que fuera necesaria. Mamá estaba radiante empezó a arreglarse más, salíamos todos los días, por las tardes íbamos al pueblo de al lado a una asociación para chicos especiales. Allí conocí a Luna, rubia con ojos azules ¡me gustaba mucho ir allí!. Ahora era yo quien podía contar muchas cosas a Ico cuando venía a visitarme.

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Llegó el invierno, estaba lloviendo, anochecía cuando vi a través del ventanal del cuarto de estar como algo caía al suelo del patio, grité a mi madre que corriese, a ver qué era. Entró muy triste con algo en las manos, "es tu canario Ico". Fue la primera vez que mi madre lo llamó por su nombre. Estaba empapado, muerto de frío, mi pobre amigo qué te ha pasado le grité llorando, pero él apenas se movía. Mi madre me ayudó a secarlo y lo colocamos en mi viejo gorro de lana junto a la estufa. Yo pregunté si se moriría "no sé hijo, no sé" contestó mamá. Conseguimos secarlo y empezó a moverse un poco, le pusimos su comida pues en casa no faltaba nunca para él y sus amigos. No tenía fuerzas para comer y apenas me podía hablar. Pasaron dos días cuando pudo empezar a comer algo y a contarme lo terrible que fueron las últimas jornadas.
Ico me decía: - Nunca pensé que un niño pudiese ser tan malvado como el niño pelirrojo que vino aquel día a jugar, al atrio de la Ermita del Santo Cristo. Todos los pájaros descansaban en la parte de sol del tej
ado ya que el frío comenzaba a hacerse notar. De pronto oímos un ruido estremecedor, todos salieron volando y yo me refugié como pude detrás de la veleta. Un chaval de tu edad más o menos, llevaba una escopeta de color negro en la mano y no dejaba de hacer disparos; los palomos caían desde lo alto del tejado, y él chico gritaba ¡otro! ¡Esto duró tanto tiempo! Que yo no sé si fueron horas ¡fue eterno!. Muchos murieron y nadie supo porqué. Las cigüeñas ya se tenían que marchar y lo hicieron apresuradamente por lo ocurrido. Mandolina ya no era una chía, se había convertido en una cigüeña adulta lista para hacer su largo viaje a otra tierra más cálida. La despedida fue para mí muy triste, era una de mis mejores amigas, puede que incluso algo más, aunque sé que es absurdo pensar que ella se hubiese podido enamorar de mí. Se marcharon preocupadas al pensar que sería de mí en el duro invierno.

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El frío era cada vez más insoportable, el sol apenas calentaba y los días eran cada vez más cortos, las golondrinas también se marcharon. Muchos se quejaban de tener que seguir llevándome encima… ¡Todo iba de mal en peor! Tenía hambre y frío, me encontraba desamparado y sin fuerzas. Volé de tejado en tejado ya que era lo máximo que puedo volar, dándome topetazos en cada descanso. Un día casi me atrapa una niñita pequeña cuando caí en la calle. Tardé días en llegar, no sé cuántos a nuestra casa, quería verte estar contigo… Sólo recuerdo cuando por fin vi nuestro patio y nada más, luego te vi y me sentí a salvo.


Yo estaba triste, pero él dijo estar contento de volver a casa. Cuando se recuperó volvió a su jaula. La comida y el agua se la pusimos en el suelo pues ya no podía subir a los palos, los golpes le dejaron peor de lo que estaba antes. Allí cantó alegremente sus vivencias a los demás canarios cautivos vecinos, los demás le contestaban y preguntaban cosas, unos cantaban y él respondía, todo estaba muy animado con sus cantos. Siguió contándome con detalles mil anécdotas ocurridas en sus días de libertad y su canto era mucho más lindo.
En los muchos momentos de conversación que tenía con Ico, yo también le contaba como había cambiado mi vida, la gente que conocía y que era importante para mí.
- Luna es hermana de Jesús, otro chico como yo, ella le acompaña siempre en las actividades que realizamos en el centro, para después ayudarle en casa. Luna es para mí, como la cigüeña para ti, algo inaccesible, ella es muy normal y bellísima. Es una diosa a la que yo puedo contemplar solamente. Nos hemos hecho amigos y estamos muchas horas cerca el uno del otro...
Ya tenía 15 años, todos los veranos hacíamos un viaje a Santander para que me viese un especialista, recuerdo a un hombre de pelo cano, alto y muy atractivo según mi madre. Durante el desarrollo había la posibilidad de que en mi enfermedad mejorase, eso fue lo mejor que le pudo decir a mi madre el médico. Mi padre, como siempre con los pies puestos en la tierra, decía que no había que hacerse ilusiones.


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Mi enfermedad mejoraba cada día y mi autonomía aumentaba. Me fui a la Universidad de Jaén a estudiar con Luna Magisterio de Educación Especial, ella me echaba una mano si era necesario. Luna terminó un año antes que yo la carrera y se colocó en Madrid en un colegio privado para chicos especiales. Nos veíamos muy poco pero nuestra amistad creció gracias al chat, para mí era más fácil mostrarle mis verdaderos sentimientos, éstos desde el primer día que la vi fueron de amor. Empecé a mandarle poemas…
Luna estaba aún más bella que de niña y a pesar de mis trabas se convirtió en mi novia. Cuando terminé los estudios me fui a vivir y a trabajar con ella a Madrid.
Mi madre no podía cr
eer todo cuanto había conseguido. Me despedí de Ico, él dijo alegrarse de mí marcha, de que pudiese ser libre. Sería la última vez que le vería. Cogió una extraña enfermedad y murió. Yo siempre pienso que quizás fuese la tristeza; mi madre decía que lo inaudito era que un pájaro viviese tanto tiempo. Ella me confesó que cuando murió lo sintió bastante, le enterró debajo de un pino en Las Migaldías para que volviese a ser libre. Decía que gracias a Ico ella cambió su manera de ver la vida.
El trabajo no era tarea pesada, era extraordinario ayudar y enseñar a aquellos chicos. Hacíamos excursiones, incluso las vacaciones las pasábamos en un campamento con ellos.
Jesús, el hermano de Luna, no tuvo tanta suerte como yo, él siguió más o menos con sus problemas, pasaba largas temporadas con nosotros y así nos hacía de doncella decía él. Jesús aprendió a cocinar como un gran jefe de cocina, en un curso de formación para jóvenes cocineros que le llenó la vida por completo, le encantaba deleitarnos con sus exquisitos platos, cosa que le agradecíamos y elogiábamos.
Tenía 26 años cuando le pedí a Luna que fuese mi esposa, ella aceptó enseguida, me dijo con lágrimas en los ojos que creía que no se lo iba a pedir nunca, yo tenía muchos miedos en aquella época.
Ese mismo verano nos casamos en Baños, en la Ermita de Jesús del Llano, a Luna le encantaba mi pueblo y quiso darme ese gusto. Mis padres llenos de júbilo en sus lujosos trajes, mi madre tenía una gran luz en los ojos y una sonrisa permanente, ella era la madrina iba como una reina el día de su coronación nunca la había visto tan radiante. Jesús fue el padrino ya que el padre de Luna había muerto hacia un año. Luna era la más hermosa de todas las mujeres sin duda, cuando entró en el templo lo iluminó por completo.

Durante la ceremonia estando de rodillas, me distraje un momento, me quedé mirando al Camarín y entre tantos pájaros descubrí a Ico quieto mirándome, seguro en el paraíso de los pájaros, allí inmóvil, formando parte de la hermosura que envolvía a un Cristo lleno de Luz, al que yo siempre pedía amparo. Después nos juramos amor eterno, todos nos felicitaban y nos daban la enhorabuena, en el banquete no terminaban de darnos regalos y consejos
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Luna y mi madre habían preparado para mí una sorpresa para la luna de miel. Proyectaron un paseo algo especial, sobrevolar Baños de la Encina en parapente a motor. Mi madre quiso que todo cuanto me contó Ico yo lo pudiese ver desde el cielo a modo de pájaro. Eran las ocho de la mañana, nos acomodamos una ropa especial, rodilleras y un casco con auriculares incorporados por los que nos podríamos comunicar. Cuando subimos al parapente con la ayuda de los especialistas, nos acomodamos de dos en dos, Luna acompañada de un experto y yo de otro; Mi corazón pretendía salir del pecho y las piernas que no fueron nunca mis mejores amigas empezaron a temblarme. Haciendo una señal los dos aparatos comenzaron a elevarse lentamente. Cuando por fin estabamos en el mismísimo cielo grite con todas mis fuerzas el nombre Ico como si él allí me pudiese escuchar. Luna me hacía señas con la mano y
desde mis cascos la escuchaba gritar de emoción o de pánico no sabía bien que era lo que sentía, creo que las dos cosas al mismo tiempo.
Descubrimos un manto de verdes olivos, la vega, los Ruedos, las huertas, luego volam
os por sobre de las antiguas ermitas, las casas y la gente, el imponente Castillo califal, las Colas del pantano, la Fuente Cayetana, eucaliptos y pinos piñoneros, el extenso Pantano del Rumblar. Irrumpimos en Sierra Morena compañera o amante de quien transita por ella. De regreso disfrutamos con más calma del paisaje.






El aterrizaje fue de infarto. Mil sensaciones, que no son fáciles definir.
Imágenes de
mi vida se proyectaron en el cielo como una película, las representaciones me hacían volver a mi niñez, las palabras resonaban en mis oídos y llegué a una conclusión, mi madre tenía razón cuando decía que ¡ÉRAMOS ESPECIALES!
Puede que en otra ocasión os cuente más cosas de mi vida, hoy quiero que todos os quedéis con la impresión de haber viajado por Baños de la Encina como si fueseis un pájaro.


Autor: Ana Ortiz Rodríguez

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Fotografías tomadas del álbum de D. Diego Muñoz-Cobo

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