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A Juan, Miguel y "Litos" hubo un día que se les echó el tiempo encima.
Hacía tiempo que iban cada tarde a Baños. Después de comer. Sin hacer los deberes ni estudiar. Tenían sus bicicletas. Llevaban siempre sus bañadores puestos. Cada día quedaban a la misma hora y en el mismo lugar y se iban al vecino pueblo de Baños. Allí se habían hecho muy amigos de una panda de cinco chicos de Baños de la Encina.
Cuando llegaban los tres de Bailén siempre aprovechaban para jugar al futbol, ir a pescar o simplemente se quedaban charlando sobre chicas y aventuras de sus respectivos pueblos.
"Los tres de Bailén" habían empezado a ir a Baños con la única intención de bañarse en el pantano, pero se logró tanta afinidad con sus amigos bañuscos que la mayoría de las veces quedaban con estos chicos simplemente para charlar, fue el comienzo de una gran amistad. A veces comenzaba a oscurecer mientras aún estaban discutiendo sobre quien era el mejor futbolista, quien era el mejor cantante o un tema sobre el que casi nunca se ponían de acuerdo, cual era la chica más guapa…
Pero hubo un día que se les echó el tiempo encima. Comenzó a oscurecer cuando comenzaron a llenar los bidones de agua en la fuente en la Plaza del Ayuntamiento.
Se marcharon a toda celeridad. La cuesta abajo para salir del pueblo les dio fuerzas para ir a toda velocidad por la calzada. Tenían miedo de que la noche se les echara encima y de andar sin luces por la carretera. Y esto fue justo lo que sucedió cuando llegaron a la Cuesta de la Muela. Litos era el más lento de los tres. Iba siempre chupando rueda. Pedaleaba con dificultades porque tenía una afección renal aunque él nunca se lo había confesado a sus amigos que siempre le recordaban lo lento que era.
-¡Vamos Litos!
-¡Qué lento eres macho!
Sus amigos lo animaban con estas palabras, pero ninguno se quedó a su lado, prefirieron subir la Cuesta y esperarle en la cima. Allí destaparon sus bidones de agua y renovaron fuerzas mientras hacían tiempo aguardando al compañero descolgado.
Víctor sentía las piernas agarrotadas. La cuesta era infernal y sentía los gemelos paralizados, creía que iba a desgarrarse algún músculo de un momento a otro. En cada pedalada iba perdiendo fuerza, pero no quería bajarse de la bicicleta y subir la cuesta a pie porque tardaría muchísimo y no quería que le echaran la bronca. El aire no ayudaba mucho. Soplaba en su contra. Los olivos hacían un extraño ruido ronco y si miraba a los árboles se sentía más mareado. Detrás sentía algo frío e irritante. Era como si tuviera una mirada fija clavada en su nuca. No sabía si alguien le estaba mirando pero juzgaba que así era. Parecía como si alguien le estuviera condenando por no poder seguir el ritmo de sus compañeros. Miró hacia atrás un segundo.
Ahora si que se sentía paralizado. Ahora si que el corazón le latía a toda velocidad. Había creído ver entre unos arbustos espinosos que separaban la maleza del olivar una extraña sombra negra que agazapada le seguía a toda velocidad.
Ahora sí que pedaleaba con toda urgencia. Volvió a mirar hacia atrás y vio que esa sombra o lo que demonios fuera que no se dejaba ver, cada vez se encontraba más cerca. Se desplazaba con destreza entre los matorrales esquivando los montículos y socavones que a ras de la carretera se sucedían.
Víctor tenía cada vez más miedo. Ya no quería mirar atrás y las fuerzas ya le habían abandonado por completo. Esa extraña punzada que sentía en el cogote se hacía cada vez más fría.
Sabía que aquello estaba cada vez más cerca. Se bajó de la bicicleta y comenzó a correr la cuesta arriba abandonando la bicicleta en el arcén. Corrió todo lo que pudo y otra vez se quedo sin aire, se quedó sin fuerza. Miró hacia atrás y no vio nada. No había nadie, no había nada. Quizás todo había sido producto de su imaginación. Quizás la cada vez más creciente oscuridad le había el jugado una mala pasada y sus pupilas cansadas le habían hecho creer que una sombra le seguía. Puede que simplemente todo fuera producto de su imaginación y que el cansancio y el miedo hubieran hecho el resto.
Los demás amigos se empezaban a impacientar. Ya la noche estaba completamente cerrada y querían regresar a casa cuanto antes. Se escuchaba el cru, cru de fondo, monótono, cansino, una atmósfera cada vez asfixiante se cernía sobre ellos, algunas gotas de rocío empezaban a formarse sobre el metal de sus bicicletas paradas.
Cinco, seis, siete minutos y el tiempo pasaba cada vez más despacio. De repente un resplandor pasó por su lado a gran velocidad. Un camión cargado de alpacas de hierba seca en dirección a Baños de la Encina bajaba la Muela a toda velocidad. A Juan aquello no le dio buena espina. Miguel no dijo nada. Después de unos segundos escucharon un gran estrépito. Se asomaron hacia abajo y vieron que el camión se había accidentado en la parte más cerrada de la curva. Todo estaba en llamas. Juan se fue a Bailén para llamar a la policía y a los bomberos. Miguel volvió a bajar la Cuesta de la Muela para buscar a su amigo Litos. Lo estuvo llamando a gritos, pero sólo escuchaba un extraño lamento que cada vez se alejaba más y más de allí, como si se llevaran un alma en pena. Las antiguas tradiciones orales de la bruja de la Muela se mezclaban en el imaginario colectivo de ambos pueblos. Unos decían que la Bruja se había llevado a Litos con los Penitentes Mudos, tal y como hacía con todas las ánimas en pena que osaran cruzar solas aquella temible curva, no muy lejos de donde se alzaba el antiguo Molino. Otros decían que no era una bruja sino la "Encantá del Pilarejo" la que se había aparecido en el arroyo de la Muela, aunque nadie sabría decir que hacía tan alejada de Gorgogil y de su amado. Otros decían que el camión atropelló al muchacho antes de que todo saliera ardiendo. Entre los restos humeantes del camión, los bomberos verificaron que algunos de aquellos hierros chamuscados pertenecían a una pequeña bicicleta Orbea. La escena era dantesca y no se hicieron investigaciones ni autopsias, sólo se llevó a trámite el rutinario expediente de accidente con dos muertos en la carretera comarcal Baños de la Encina-Bailén. Era 1985 y aquel día era un 23 de junio, domingo, y hubieran llegado a Bailén antes de que anocheciera si no hubieran estado hablando de Migueli y del 2-0 del F.C Barcelona al Athletic de Bilbao.
Miguel Ángel Perea Moje
PRÓXIMO CAPÍTULO
VEINTE AÑOS MÁS TARDE
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