jueves, 17 de junio de 2010

4º Capítulo CUENTO DE LOS TRES AMIGOS III Certamen de relato corto o cuento "Paisajes Dormidos"

CAPÍTULO 4
31 de Octubre
LOS SANTOS

Al alba de la noche de Difuntos, cuando casi todo el pueblo se hallaba ausente en el pueblo, cuando toda la población caminaba en pos de sus chozos, los dos bailenenses se encontraban solos en Baños de la Encina. La noche era fría. Había bruma y una densa niebla ocultaba los eucaliptos y las colas del Pantano.












Los grillos habían cesado su monótono "cri-cri" asustados por el temible cantar de los pájaros forustaneos, unas aves negras gruiformes cuyo trino a veces se asemeja al temible penar de un moribundo y otras veces recordaba a los quejidos de un alma encerrada en una caverna. Las hojas temblaban con el frío de la noche y el viento recorría los contornos provocando los más insólitos sonidos que una persona se atreviese a escuchar.

Algunos grupos de chavales jóvenes se percibían a lo lejos, cantando indiferentes a estos sucesos que se percibían cerca de la Sierra; más preocupados de celebrar la antigua Fiesta de Todos los Santos que de los extraordinarios sonidos que se vertían en el otro lado del pueblo.

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La Fiesta de todos los Santos era una solemnidad que se remontaba a la oscuridad de los tiempos. Era costumbre que los hombres abandonasen Baños de la Encina días antes de que comenzasen los ritos de todos Los Santos. Esta tradición tenía como origen el temible repicar de las campanas de la Iglesia. Unas campanadas que presagiaban la procesión de los penitentes mudos. Unas campanadas que avisaban a los hombres de que debían echarse al monte antes de que los penitentes mudos vinieran en procesión por las calles del pueblo y buscaran entre los muchachos nuevos mancebos para su hermandad. Por la calle del Calvario viejo los penitentes hacían su insólito vía crucis hasta la Ermita de Jesús del Llano.
Por eso los hombres desde antiguo se marchaban del pueblo, por miedo a que se los llevaran a la Sierra y los dejaran encerrados en las cavernas malditas. Las mujeres estaban a salvo en el pueblo, porque los penitentes sólo se llevaban a los varones a las Salas de Galiarda, donde les daban un bebedizo o les hacía algún extraño ritual hasta que al final conquistaban su razón y se quedaban allí siendo uno más de ellos, una vez allí se convertirían en un miembro más de aquel perturbado clan.
Esos penitentes que participan de esa Santa Compaña, una procesión que en Baños llaman de Las Ánimas Benditas. Una procesión que se inicia desde alguna ermita oculta entre la Sierra, allí donde nadie podía llegar si no es por casualidad. Más allá de los pasadizos que recorrían por debajo el pueblo y llegaban hasta el aljibe del castillo. De la colilla del castillo a las piedras con caracteres que nadie recuerda.
Algunos excéntricos pretendían unirse a la cofradía y abandonar todo que tenían en Baños, pero sólo los Penitentes elegían a los que estaban llamados a ser sus hermanos de Silencio.
Allí estaban los dos amigos, esperando entre la niebla y temblando de frío. El cielo permanecía en una extraña calma y unas nubecillas ocultaban la luna de vez en cuando, dejándolos en la más perfecta oscuridad de cuando en cuando. En uno de esos exiguo
s momentos fue cuando empezaron a escuchar un frío silbido monocorde.
Un silbido irritante que se clavaba en la nuca y que provocaba un repelús de acero en el cuello. Como si una cuchilla se frotase contra el filo de un vidrio afilado. Era realmente incómodo sentir aquella sensación tan desagradable. El inquietante silbo se acercaba a ellos poco a poco y ellos alertados por ese sonido se acercaron un poco al borde del camino. Allí vieron como una diminuta luz se acercaba hasta donde se encontraban poco a poco. La luz y el ruido del silbido presagiaban a lo lejos una extraña silueta que se acerca. La penumbra y el cansancio de sus ojos confundían la verdadera naturaleza de aquel ser que se acercaba y que se desplazaba tenuemente por el sendero.
-¡Quién va! Se atrevió Juan a decir no sin cierto temblor en su garganta.
El silbido se interrumpió y aquel ser empezó a vislumbrarse entre la densa neblina reinante. Si de lejos parecía un prehistórico ser deformado que se deslizaba entre las sombras, la realidad les descubrió a un extraño jorobado demacrado que viajaba encima de una vieja bicicleta.
El jorobado paró la bicicleta cerca de ellos y dejó de silbar su rechinante melodía.
¿Queréis algo de mí, o puedo continuar mi camino?
Aunque la noche era ciertamente oscura y sólo a ráfagas la luna y las caprichosas nubes mostraban un poco de luz a esta escena, a ambos amigos les bullía en su interior el corazón agitado. Estaban seguros de estar delante mismo de un espectro, pues aquel jorobado poseía, aunque un poco deformadas las mismas facciones de su joven amigo Litos.
-¿Díganos señor su nombre si usted es tan amable?
-Mi nombre es Mateo, y de esta villa soy vesino. ¿y ustedes?
Lo nuestros son Juan y Miguel…¿A dónde se dirige tan temprano buen hombre?
-Voy a trabajar. Cada día bien temprano me levanto a echarle de comer a unas vacas que aquí cerca guardamos.
-Seas quien seas nos estás mintiendo. Hoy en Baños nadie trabaja, y no creo que tú seas la excepción a todo un pueblo.- Dijo Miguel mirándole a los esquivos ojos del personaje.
El personaje refugió su cara buscando la cara de Juan, a lo que este le dijo:
-Eso no es cierto, puesto que hablas marcando las eses, o sea que "seseas" y ese signo es más probable en un bailenero que en un bañusco, te lo digo porque soy profesor de Lengua y conozco las diferencias de pronunciación de muchos pueblos.
-Por mi padre seseo, que bailenés es.
-Dinos si tu nombre es Carlos. O si antes te llamaban Carlitos o simplemente Litos.
-Mateo es.
-¿Alguna vez lo fue?
-Perdonad que me marche, ya es tarde. Adiós Juanin, adiós Migueli.
El personajillo se alejó de los dos amigos dejándolos en la más absoluto de las incertidumbres. A lo lejos comenzó de nuevo a entonar su fúnebre silbidillo.
-¿Qué opinas?
-Es él. Me ha llamado Juanín, no Juan, siempre me decía así.
-Y a mi me ha llamado Migueli, como el ídolo del fútbol de nuestra niñez. Nadie me llamaba así desde hace veinte años.
-Sigámoslo.
Los dos amigos se dirigieron a la carrera detrás del jorobado que seguía con su pedaleo lento y cansino por el camino de la Sierra. Antes de llegar al final del sendero, el jorobado se bajó de la bicicleta y se internó por el lateral de una abrupta vereda que se abría entre dos piedras enormes y unos matorrales que apartó con su diestra mano.
Los dos amigos se internaron por el secreto pasaje de matorrales y a una prudente distancia del perseguido. Los primeros rayos del día comenzaban a resplandecer en el horizonte y ambos comenzaron a discrepar por los derroteros por los que debían continuar su travesía. Al no llegar a un acuerdo, cada uno tomó un camino y prometieron regresar antes de que anocheciese.
Anocheció.
Juan se sentía frustrado y estúpido. ¿Por qué diantres había decidido internarse en la Sierra? ¿Por qué se había separado? ¿Qué buena nueva querían sonsacarle al jorobado? ¿Quién realmente era aquel ser? ¿Era o no era su viejo amigo de la infancia? ¿Era un alma en pena que vagaba aún en bicicleta sin encontrar la paz? ¿Querían ayudarle o sólo querían reconciliarse con ese episodio maldito de su juventud?
Se sentía tan sólo y tan estúpido, que quería llorar por la impotencia de no saber dónde estaba, ni hacia donde debía marchar, pero ni siquiera sus lágrimas eran valientes ni se atrevían a mostrarse.
Tampoco se sentía cansado, ni quería detenerse porque pensaba que sentado no iba a ganar nada en aquella situación. Varias veces había gritado el nombre de Miguel, con la vana ilusión de que algún ruido de crujir de ramas o de pisar hojas que a veces sentía tras de así, se correspondieran con su amigo Miguel, pero no.
La tarde cedió rápidamente a la mañana y esta poco a poco se iba apagando, como la llama de una vela que poco a poco se agota en un candil.
El frío a través de un penetrante viento helado comenzó a penetrar en los huesos cansados de Juan, que ya anocheciendo si sentía su cuerpo desfallecido por su errático peregrinaje. Juan cedió jadeante a su fatiga y buscó un sitio en el que guarecerse de las frías corrientes de aire de la Sierra en N
oviembre.
Era noche de difuntos y las campanas anunciaban que la procesión de almas, de difuntos y de Penitentes Mudos comenzaría dentro de poco en algún olvidado santuario de la Sierra y que cruzaría en mitad de su estación la Ermita y la Iglesia de Baños buscando entre sus tortuosas calles empedr
adas algún joven que no hubiera podido o querido escapar del pueblo.
Juan empezó a escuchar cerca de donde se encontraba el recio murmullo de una procesión que comenzaba a desfilar no muy lejos de allí, por lo que de un brinco se encaramó a lo alto de una gran piedra bastante inaccesible que había cerca con la extraña idea de que la altura le daría cobijo. Desde lo alto de la piedra pudo comprobar que por uno de los lados la piedra se encontraba en el filo de un abismo, aunque en ese momento no tenía miedo del acantilado sino más bien de la extraña fila que en silencio sepulcral se estaba formando allí.
Cuando todos los Penitentes Mudos se pusieron en una sola fila, el gallardete carcomido y tenebroso que portaba el más alto se alzó anunciando con este gesto el comienzo de una procesión macabra. Detrás de la Insignia los demás Penitentes avanzaron como almas en pena y paso solemne y frío.
Juan sopesó la posibilidad de quedarse encaramado en su roca cerca del abismo toda la noche y probar fortuna al día siguiente, pero como quiera que él mismo no confiaba en su sentido de la orientación y tenía miedo que al regresar los penitentes lo atacaran y lo confinaran en el interior de alguna de la más recónditas de las Salas de Galiarda, decidió seguir la procesión a una prudente distancia, confiando que cuando llegaran al pueblo de Baños él ya podría guiarse por si mismo y regresar hasta Bailén o pernoctar en el Hotel o en alguna casa rural.
Como quiera que el destino escogiera otro final a esa historia, dejemos por ahora al pobre de Juan, persiguiendo la procesión de los Penitentes mudos y volvamos a la senda de nuestro amigo Miguel, que si acertó a seguir al jorobado por el verdadero camino. Una vez que amaneció el pequeño jorobado dejó su bicicleta oculta en una pequeña torruca que estaba medio derruida pero oculta por la maleza de los chaparros. Después Miguel le aferró por la grasienta chepa y lo atrajo hacia así.
-Litos confiesa, di la verdad, ese es tu auténtico nombre.
-Sí, está bien. Te contaré la verdad. Aquella noche un hombre me salvó del accidente de camión y curó mis heridas. Me llevó a su humilde morada, un pobre "choso" en mitad de la nada. Aquel hombre tenía un miedo atroz a la vieja de la Cuesta de la Muela pues "desía" que aquella noche ella venía detrás mía a llevarme con los penitentes mudos. Por este motivo, aquel hombre escondido a "sierta" distancia de donde suele atacar la vieja pudo salvarme de la Bruja que venía a por mi y seguramente causó el accidente del camión que aunque no me embistió si que me causó heridas, pues al ver el camión que venía a echarse "ensima" me "lansé" por la ladera abajo y me quebré una pierna con tan mala fortuna que el fémur se veía por fuera de la carne. Aquel hombre me rescató y al verme en tan malas condiciones me llevó a toda prisa de allí. Yo sólo gemía…
-Lo recuerdo, recuerdo escuchar unos lamentos que poco a poco se extinguieron por el horizonte. Dijo interrumpiéndole.
…-Así fue. Ese hombre no podía mostrarse y llevaba más de cuarenta años oculto en la Sierra. Ahora que pienso en él creo que estaba un poco loco, pero era bueno, te lo aseguro, para i fue como un padre muchos años. Huía del régimen de Franco y por eso vivía oculto en la sierra. Aunque le dije que Franco había muerto, él decía que tenía un secreto guardado en la Sierra y tenía que custodiarlo, ya no podría regresar a Baños, el pueblo de sus amores, aunque siempre estaba cerca… A veces llevaba un hábito y la cara cubierta para que creyeran que era un ermitaño, pero en realidad este hombre abominaba la Iglesia y algunas de sus costumbres, sin embargo guardaba un extraño secreto. Este señor tenía un hermano menor que él sólo un año. Eran tan parecidos que parecían mellizos.
Ese hermano era guardia civil y estaba confinado en el Cerro durante el asalto al Santuario de la Virgen de la Cabeza. Como era el único que antes de guardia civil había sido pastor, conocía al dedillo la Sierra de Andújar y los caminos que conducen hasta Baños de la Encina, era el más apropiado para la misión que le encomendaron. Tuvo que huir de noche con la imagen de la Virgen de la Cabeza escondida. De allí una noche huyó y que en una cueva ocultó la imagen. Por la noche se acercó a su casa en Baños y alertó a su familia de cual era la misión que le hacía vivir en la sierra. Como los padres eran mayores, su hermano cada cierto tiempo le llevaba comida, tabaco y otras provisiones. Como quiera que la guerra acabó y este hermano se encontraba día si y día también en la Sierra, las autoridades sospechaban que algo tenía con los comunistas que se habían echado al monte.
Y aunque su padre fue a la Comandancia para sacar del error a las autoridades, nunca le daban garantías de nada, sólo le decían que se entregaran los dos hermanos y que luego se les juzgaría, pero como quiera que ya habían visto algunas atrocidades entre gentes inocentes, ninguno de los hermanos se decidió a regresar al pueblo, decidiendo que ellos custodiarían la imagen de la Virgen ocultándola de las autoridades.
El hermano mayor murió cuando yo llevaba en la Sierra sólo dos años, por lo que yo también lo conocí e incluso ayudé a enterrarlo. Antes de que muriera le prometió a su hermano que debía custodiar la imagen hasta el resto de sus días, en aquella época creo que ya estaba un poco perturbado.
Los dos hermanos me curaron la pierna que durante seis meses no pude mover. Como quiera que su escondrijo estuviera en un lugar muy abrupto, no pudieron llevarme a Bailén como fue su primera intención. Cuando me recuperé y empecé a andar lo primero que hicieron fe llevarme a mi pueblo. Allí nadie les conocía y nadie los tomaba por unos forajidos. Me llevaron a mi antigua casa y cual fue mi sorpresa cuando vi que mis padres habían desaparecido. ¿Cómo encontrarlos? ¿Dónde se habrían ido?
De la pena de creerme muerto se marcharon de Bailén para no recordar el lugar trágico de la muerte de su hijo, y partieron con tanta celeridad que a nadie dijeron su éxodo. Así pues me quedé sin familia y decidí quedarme con estos dos hermanos que tanto me habían cuidado.
Así pues terminó mi antiguo amigo Litos su historia. Le pedí que me llevara a ver la talla de la Virgen a lo que se negó, y me pidió que me marchara, pues antes del anochecer la vieja de la Muela rondaría por allí cerca y podría cobrarse mi alma para que le diera vueltas a las piedras de su molino o para que tirase del palo del gobierno del molino, tal vez me llevase con los penitentes mudos…. ciertamente me marché a toda celeridad de allí y cuando eché la vista atrás advertí a una vieja realmente sobrecogedora que corría más rápido que yo…

Por otro lado Juan, casi estaba a las puertas de la villa Milenaria, y seguía a prudentes pasos el lúgubre séquito de penitentes mudos que se dirigían a Baños. Pero algo raro empezaba notarse en la cara. Advertía como si el frío de la noche le hubiese agrietado los labios porque los percibía extrañamente adormecidos y tirantes. Cuando se llevó la mano a los labios para ver si el frío le había hecho alguna herida comprobó horrorizado que alguien le había cosido la boca con un fino sedal. No podía gritar. Era imposible emitir ningún sonido. Empezó a mirar su ropa sorprendido de que su atuendo se había tornado en un hábito de monje de color marrón, similar en todo lo demás a los Penitentes que iban delante. Cuando la luna empezó a brillar con la mayor intensidad porque no había bruma que le importunase, observó que él no veía bien en la oscuridad porque llevaba en la cabeza un tapacaras de penitente y que sólo veía a través de los extraños ojales. Sólo a través de aquellos pequeños orificios podía asomar su mirada al exterior.
¡De alguna manera se había convertido en uno de ellos!, y ahora sus pasos por algún extraño ocultismo seguían a una misma vez al resto de la procesión. Aunque quería salir de aquella columna una fuerza tiraba de él, parecía que no podría abandonarla nunca. Todos marchaban al unísono, como un ejército de almas inconsolables. Vagaban por las sinuosas calles de piedra de Baños de la Encina en absoluto silencio. Miraban de soslayo por las ventanas y por los huecos de las cerraduras por si había algún hombre dentro. ¡Él también sentía la necesidad de buscar nuevas almas para la cofradía!
Cruzaron el pueblo por las calles más principales camino del antiguo calvario y antes de que cantara el gallo regresaban por la vereda de la Sierra, dejando una lúgubre estela de silencio. En mitad de la Sierra se apartó de su cara la máscara de Penitente y vio que ya no era el último de la fila, detrás de él se había sumado un nuevo miembro a la congregación. ¡Reconocía su rostro, era su amigo que con la boca cosida intentaba decirle algo pero no podía emitir ningún sonido!
Sabía que pronto irían a recluirse en las S
alas de Galiarda donde aguardarían en silencio por los siglos de los siglos si nadie los rescataba de allí, abandonando su encierro sólo cuando hubiera necesidad de hacer la Procesión o para asustar a aquellos imprudentes que osaran internarse en alguna de sus recónditas cámaras buscando bajo el agua los tesoros que allí callados custodiaban…

Miguel Ángel Perea Monje

Y así termina este relato ¿cuento? qué hay de cierto o invento!!! Quizás pasó, o pasará?

Tengo que dar las gracias de nuevo al autor por cederme esta historia. Gracias Miguel Ángel

3 comentarios:

NICOLÁS dijo...

Me ha encantado cómo lo has publicado, las fotografías que has buscado son de lo más apropiado. Enhorabuena y gracias por preocuparte tanto.

Un saludo

Ana Ortiz Rodríguez dijo...

Me alegra que te guste como queda, los paisajes aunque los llaman dormidos no duermen, siempre están despiertos, expectantes ante todo lo que acontece, e incluso lo inventado con su sola imagen les dan vida. Para un bañusco es fácil recordar y narrar, me pareció muy meritorio que un bailenense se adentrase en nuestro entorno, uniese en la historia a dos pueblos tan cercanos y pasado y presente se uniesen y nos hayas tenido a todos pendiente del final, tú me enseñaste que no debo dejar nunca intuir el final en mis escritos. Gracias siempre a ti por ser el promotor de este blog. Un abrazo

Encarna dijo...

Inesperado, me ha enganchado hasta el final, se nota que estamos faltos de historias,libros y novelas y hartos de tanta televisión basura.
Mi enhorabuena para este relato se merecía unos de los premios sin menospreciar a los premiados , como tú dices está muy puesto en nuestras leyendas Bañuscas
Salud@s