martes, 15 de junio de 2010

CUENTO DE LOS TRES AMIGOS III Certamen de relato corto o cuento "Paisajes Dormidos"

¿Qué pasa con los relatos no premiados? ¿dónde quedan? ¿quién los lee?

Hoy podemos leer uno de esos cuentos, aunque al ser largo lo iré publicando por capítulos, son cuatro. Un honor para mí cuando su autor me lo envió para que lo leyese aun no estando premiado, cuando se escribe ésto es parte del autor, éste, Miguel Ángel Perea Monje (bailenense) me dio permiso para publicarlo en "Mis propias cosas" Ahora es el momento de darle vida a estos personajes. El autor une a dos pueblos en una historia desde el pasado hasta nuestros tiempos.

"CUENTO DE LOS TRES AMIGOS"

CAPÍTULO 1 "LA MUELA"

Para llegar a Bailén desde Baños de la Encina o transitar el sendero a la inversa debe recorrerse una pequeña vereda que serpentea medio oculta entre olivares.

Nace a los pies del pueblo del castillo y baja por las calles a extramuros de la villa milenaria por un camino pequeño, a veces cubierto de pizarra, a veces de arenisca y la más de las veces de cantos rodados. Baja a tientas entre olivos, encinas y un pequeño arroyo que sorprende refrescando los pies del caminante cuando uno se aleja en dirección a Bailén.
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A lo lejos, entre colinas, se vislumbra esas noches en la que por la fuerza de la luna llena un paisaje soñado y místico.
Un óleo pausado de encanto sin igual. El cerro que se conoce popularmente como el Gólgota se alza majestuoso junto a la cima de la Cuesta de la Muela que enmarca el horizonte y oculta la otra villa.
El cerro toma el nombre de la Muela porque en lo alto de su cumbre un molino de viento, gemelo en tamaño y fábrica al que aún se alza en Baños no para de realizar “las labores de la muela, la muela de la harina”.
A cargo del molino, desde hace tiempo, una viuda y su hija se encargan de realizar todos los trabajos molineros. Las gentes se preguntan de donde sacan las fuerzas una mujer y una niña para gobernar el molino. Todo lo hacen ellas. Desde sembrar las espigas en la Campiñuela, encargarse de las bestias, trillar, recoger y subir los sacos, donde la piedra molerá la harina antes de que la noche se eche encima y otro día se apague para que renazca el siguiente y todo el proceso vuelva a comenzar. Algunos empiezan a pensar que la mujer debe poseer algunos conocimientos de magia.
El molino no les pertenece en propiedad. Lo tienen arrendado a una cofradía. En la época en la que ocurre la historia que aquí les cuento era habitual que la Iglesia, las cofradías y los señores terratenientes poseyeran molinos que arrendaban a los propios campesinos para que pudieran moler el aceite o la harina a cambio de algunos pocos reales.
La viuda y su hija eran vecinas de la villa de Baños. Allí habían nacido las dos. La viuda nació en el cuarto de pila de una casona grande y vieja. Su hija nació en las cocinas de la casa más rica y hacendosa del pueblo, una casa digna de un “Marqués”.
Allí, por suerte o por los azares del destino, la viuda trabajaba limpiando, cocinando y haciendo recados a la dueña de la casa. Era la única sirvienta alojada en la casa, y muchas veces se sentía sola, como cuando había parido de noche, casi en cuclillas y sin que nadie la ayudara. Tenía miedo de gritar y de despertar a la dueña y que le volviera a pegar. En esta época era habitual golpear a una sirvienta por mucho menos que la de molestar a la Señora en mitad de la noche. En cuanto nació su hija se sintió un poco más amparada, pero además aquella noche descubrió algo que hasta ese momento desconocía sobre sí misma.
Cuando la niña nació, se fue a vivir de aquella casa a una del que su marido era guardés. La dueña de la casa no aguantaba lloros de bebés. Pero quiso la vida que su marido amaneciera un día muerto y desde entonces la viuda tuvo que buscarse la vida con su hija pequeña fuera de aquella finca.
Un capellán de la Ermita de Nuestro Padre Jesús del Llano quiso apiadarse de la viuda, a la que conocía desde que de pequeña ya le trabajaba en la aceituna. Su situación era realmente penosa, y la pobre viuda malvivía con cuatro limosnas que le daban los vecinos, un trozo de pan, un poco de aceite, o un poco de cerdo si era la época de la matanza. El capellán le ofreció el puesto de trabajo en el molino de harina de la Cofradía de las Ánimas y allí se fue la viuda y la niña pequeña, a un pequeño cobertizo cercano al molino que hacía las veces de almacén de grano y de rústica vivienda.
La cofradía de las Ánimas Benditas era una cofradía que se dedicaba principalmente a la oración para salvar las ánimas de los pecadores del Purgatorio. Era una congregación cuyos miembros eran religiosos, muchos de ellos con órdenes eclesiásticas, aunque no todos estaban ordenados. Pedían limosnas, hacían Misas por los difuntos de la Cofradía y por todos aquellos por los que nadie ya recordaba en el Eterno Limbo. Ejercían la mendicidad una vez al mes para ofrecer esas limosnas a la Iglesia por el alma de los difuntos.
Sus miembros siempre llevaban un escapulario de la Virgen del Carmen, y algunas veces salían juntos de la Oración cuando cerraban la Ermita de Jesús del Llano. La Ermita se encontraba en las afueras del pueblo, porque se entendía que estos lugares extraviados eran más solemnes. A veces se les hacía de noche a su vuelta al pueblo, por lo que alguna gente, de manera equivocada creía que hacían una procesión nocturna.

Para sus rezos, sus limosnas y para reunirse en Gobierno y otras ceremonias llevaban un hábito de color marrón. Al fin y al cabo muchos de ellos eran monjes, frailes, y los seglares, viudos o beatos obstinados pedían la tela de ese color para hacerse el hábito con el que hacían promesas y juramentos a la Virgen del Carmen cada año por su Festividad. En la cabeza utilizaban un tapabocas negro que les cubría casi todo el rostro excepto los ojos. Hoy en día la silueta de aquellos penitentes causaría congoja en la mayoría de las gentes que no estamos acostumbrados a ver por las calles y en las afueras de nuestros pueblos a estas personas ni sus singulares indumentarias. De estos penitentes, la gente poco sabía. La cofradía mantenía celo y secreto en todos sus quehaceres. La mayoría de ellos sólo veía a los demás dentro de templos oscuros, poco iluminados por un cuantas velas y detrás de su caperuza y su velo de penitente.
La viuda apenas sabía nada de su situación laboral con la cofradía, para su corto entender, trabajaba directamente para aquel clérigo que le había proporcionado un medio de subsistencia a través de aquel molino, que le daba trabajo todo el año, pobre pero limpio alojamiento y unas pocas monedas con las que comprar alguna medicina para ella o para la niña. La viuda era feliz y por aquel clérigo haría lo que hiciera falta.
Un poco más alejados de allí, atravesando los Llanos de Santa Amalia y el coto grande de Friscalejo, en el hermoso paraje de los Escoriales se escondían algunos ermitaños que a esta cofradía servían. Vivían en pequeñas ermitas, chozos o pequeñas concavidades entre las rocas. Algunos se dedicaban a la huerta. Una economía pobre, de subsistencia, de lo que la Sierra cazaban y usaban el cambalache con pastores trashumantes a los que ofrecían herramientas y reliquias de santos.
De entre estos ermitaños, un pequeño grupo que apenas iba ya a Baños de la Encina a rezar, se fundó una nueva congregación serrana, una escisión de la antigua cofradía. Eran ermitaños con voto de silencio, voto que establecieron como obligatorio entre los cofrades en las nuevas ordenanzas que escribieron en un pergamino con lomos de pellejo de becerro.
Para significar en su vestimenta este voto, decidieron que a su embozo deberían apostarle cosido con tela gruesa una línea que simulara la boca, y en forma de cruces varias puntadas de hilo sellarían estos labios de hilo. Si la indumentaria de la Cofradía antigua causaba respeto, esta nueva indumentaria realmente causaba estremecimiento, más si a uno, lo sorprendía de noche o al amanecer alguno de estos penitentes.
A partir de entonces, los pastores y cazadores de la zona los empezaron a conocer como Los Penitentes Mudos. Algunos de ellos hicieron un pequeño Santuario en las antiguas minas abandonadas de Las Salas de Galiarda. Allí hacían sus propios rezos y devociones. Los hombres del pueblo comenzaron a desconfiar en ellos, porque es de condición humana recelar del que no habla porque no se conoce que piensa. Los hombres del pueblo empezaron a asustar a los niños con que Los Penitentes Mudos se los iban a llevar a las Salas de Galiarda. Cada pueblo y cada lugar posee sus propios miedos, sus propios mitos, y ahora es la hora de conocer la leyenda de la Bruja de la Cuesta de la Muela y de la cofradía de los Penitentes Mudos de las Salas de Galiarda y de la relación que existe entre ellos.
PRÓXIMO CAPÍTULO

LA BRUJA DE LA CUESTA DE LA MUELA

4 comentarios:

Anónimo dijo...

pregunto ¿esto que cuentas esta en un libro? por que me encantaria leerlo.

Ana Ortiz Rodríguez dijo...

Este un capítulo del cuento (Los tres amigos)de los cuatro que tiene un relato que escribió Miguel Ángel Perea Monje (Bailén) para el Certamen de Relato corto y cuento “Paisajes dormidos” de Baños de la Encina. Su autor me lo envió hace tiempo sabiendo que me gusta la lectura y que otros años he participado en el Certamen. Ire editardo cada día un capítulo al que intento ponerle alguna fotografía, un honor que me cede Miguel Ángel, el poder publicarlo, así que atento que lo leerás enterito en Mis propias cosas.

Anónimo dijo...

Ya espero la otra parte dl cuento, ha despertado expectación en su lectura, lo mismo que otro que he leído también de un bañusco, ese no se si es de los presentados al certamen, pero está muy ameno.
salu2

NICOLÁS dijo...

Hola Ana:

Gracias por publicar mi relato con este montaje de fotografías tan interesante y gracias por los comentarios, me alegro de que os guste, lo escribí con ilusión para dedicárselo todos mis amigos de Baños ¡Viva Baños!

. Un saludo Miguel Ángel