jueves, 5 de marzo de 2009

GRACIAS POR HABER EXISTIDO MADRE











NOCHE DE TORMENTA


Baños de la Encina (5–3–1918) Llovía a cantaros, era una noche de tormenta, el viento silbaba engreído y la lluvia bailaba al compás de su música. Pedro no podía dormir "lleva cinco días sin parar de llover, mañana tampoco se podrá ir al campo ¡demasiada agua!"
Jerónima, su mujer, comenzó a sentirse mal, "creo que estoy de parto" ¡La noche se presentaba agitada!
Vistiéndose aceleradamente, Pedro avivó el fuego y se dirigió a su mujer "iré a buscar a tu hermana, y a Isabelica; no te asustes mujer". No era su primer hijo, hacía siete años que les nació un varón, que muy pequeño murió, Jerónima aún lloraba por él. Cuando salió a la calle, Pedro se santiguó pidiendo beneplácito al cielo. El agua azotaba su cara con tal fuerza que apenas podía ver por donde iba. Llegando a casa de su cuñada apenas podía respirar. "Pepa tu hermana" gritó angustiado, sin siquiera llamar a la puerta. Lo más insólito, fue como la mujer lo había escuchado. - Dios mío, Dios mío - Se escuchó gritar desde dentro - ¡Marcos mi hermana, ya, ya!
Pepa se fue corriendo seguida de Marcos, su marido, hasta la casa de su hermana. Mientras tanto Pedro buscaba a Isabelica la partera, sin estudios la mujer ayudaba a parir a las mujeres del pueblo.
Pepa, lloraba en el interminable recorrido. Recordaba la muerte del pequeño fallecido. Ella no tenía hijos, Dios no se los había dado, había tenido dos abortos y un hijo que le murió al nacer.

- Dios lo quiera y la Virgen Santísima - repetía Pepa sin cesar.

Sus lágrimas eran arrastradas por la lluvia, no pasarían inadvertidas para su marido.
Llegaron a la casa todos calados por la lluvia. El agua corría por la calle como si fuese un río.

- No he vito esto en mi vida - decía la partera.

Al entrar a la casa notaron un olor embriagador a leche caliente; Jerónima lo tenía todo preparado, leche, un buen fuego, para que se aliviaran del frío, agua caliente, la caldera de las matanzas llena y trapos en cantidad (blanquísimos y perfectamente doblados). Tranquilizó a su hermana y a su marido y se sentó.
- Ya he roto aguas Isabelica ¡los dolores son muy seguidos! – dijo Jerónima
- Tienes que acostarte ¡que valor! Nosotros nos ocuparemos de ti, acuéstate ya.
- No quiero que Pedro se inquiete ¡ya sabes…!
- Jerónima, preocúpate de ti y olvídalo todo hija. ¡Que noche ha escogido la criatura para nacer!
- Que vaya Pedro a buscar a su madre ¡qué se enfada y para qué!
Pedro dijo que ya no salía más de la casa, estaban los justos para atenderla.
Ana, la madre de Pedro, era muy mayor para salir con una noche tan apocalíptica
Las mujeres entraron en el cuarto, en el centro del dormitorio había: una cama dorada que brillaba como si fuese de oro, cubierta por una colcha de seda roja, una cómoda con cinco cajones enormes, dos entreabiertos con lo necesario para la ocasión; sus tiradores eran dorados, terminando la cómoda una piedra de mármol blanco. Encima de ésta un bello y antiquísimo espejo con el marco de madera, tallado y con unas flores pintadas a mano. El palanganero estaba en un rincón con agua, jabón, y una toalla de tela blanca. En la mesilla de noche había un lindo quinqué que perteneció a su abuela. A través de las cortinas, éstas con cenefas de flores beige y rojas, se veía la lluvia tan intensa que no cesaba. Los hombres se quedaron en la cocina junto a la chimenea, envolviendo un cigarrillo en silencio. Recordaban infortunios anteriores, pero preferían no hablar de ello. Pepa iba y venía a la cocina, a por agua caliente, los hombres preguntaban "¿Cómo va la cosa?" y mientras iba caminando contestaba "bien, pero lento". Jerónima mordía un paño con fuerza, no quería que su marido la sintiese gemir. Transcurrieron dos horas. Se escuchó un grito y seguidamente el lloro de un niño. No salía nadie, ¡que pasaría! Enseguida salió la partera, mujer de complexión fuerte, con una gran sonrisa - Ha sido niña, ¡preciosa Pedro preciosa!. Pedro comenzó a llorar como un niño pequeño, abrazándose a Marcos, éste le dijo -Ya tenemos una taza de caldo asegurado Pedro. Una niña velaría por ellos cuando fuesen mayores
Pepa estaba ilusionadísima de pensar que había un bebé en casa. Le mostraron ya lavada y arreglada la niña a la madre. Era de piel morena, ojos verdes, boca pequeña, una nariz preciosa, cuantioso pelo, ¡se veía sana que era lo primordial!. La madre la cogió en sus brazos y la abrazó contra su pecho, e hizo una petición y un ofrecimiento a la Virgen del Carmen, "Dale larga vida y yo Madre mía llevaré siempre tu hábito puesto".
- ¿Cómo se llamará la nena? - Pregunto la partera -
- Ana, como su abuela paterna, ¡claro está! – Dijo la madre -
- Y Josefa, como la comadre, que voy a ser yo
Dijo Pepa, que sería su madrina de Bautismo
ANA PEPA, para toda la vida.




Hoy quiero decirte
¡GRACIAS POR HABER EXISTIDO MADRE!

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