Se hacía de noche y tenían que regresar a su pueblo, a pocos kilómetros pero le parecía lejísimos. La luna apenas se dejaba ver, escondiéndose detrás de los nubarrones que amenazaban con echarse a llorar igual que ella.
Sería la última puerta a la que llamarían y volverían a casa. Sus dedos apenas tenían fuerza y llamó tan despacio que no sabía como escucharon aquellos golpecitos dentro de la casa. Salió un chico pecoso de su misma edad, al verlos gritó –¡mama, unos pobres! –su aspecto debía ser deprimente aunque ella intentaba que fuesen aseados, se les debía notar que eran unos pobres huérfanos. Salió una mujer vestida entera de negro, cundo los vio miró al cielo sin decir nada, su cara era muy dulce pero una inmensa tristeza la invadía.
- No hemos comido hoy nada, ¿nos podría dar algo señora?
-¡Dios Santo! Qué lástima de criaturas –dijo llevándose las manos a la cabeza la enlutada señora.
La casa olía a comida recién hecha. La mujer de ojos tristes los invitó a entrar en la casa, se notaba el calor de la lumbre, los acercó hasta la chimenea para que se calentasen. En el fuego había un puchero humeante.
-Me llamo María, y estos son mis hijos Juana y José –mientras les decía esto destapó la olla y le añadió una jarra de agua. Sus cuerpos empezaron a notar calor por dentro, Carmen deseaba que se parase el reloj, le horrorizaba salir de nuevo a la calle. Aquel puchero hervía y ellos no apartaban los ojos de él. María comenzó a echarle dentro trozos de pan, puso seis platos y seis cucharas sobre la mesa y acomodó las cinco sillas que había en la casa; los acomodó a los tres, sus dos hijos sin decir palabra se sentaron, María comenzó a repartir aquella deliciosa de sopa, ésta cuando entró en sus desamparados estómagos los confortó enormemente.
Pablo enseguida se volvió a dormir en los brazos de Carmen, pero esta vez con el estomago lleno. María les hacía preguntas sobre los padres, Carmen contó como los dos habían muerto de tuberculosis, como los vecinos lo habían quemado todo para evitar el contagio, y el propietario de la casa les habían dejado una habitación para vivir, no tenían a nadie y vivían de la caridad , de lo que les daban los demás. María escuchaba atenta y pensativa. –Por lo menos esa noche se quedarían en casa, era Nochebuena – Dijo con voz firme .
Aquella noche buena, sintieron los brazos de una madre que no era la suya pero que ellos imaginaban que lo era. María acostó en su cama a los tres huérfanos, los arropó y los beso en la frente, nuca olvidarían aquel beso. Cuando se levantaron era Navidad, sus ropas estaban limpias y secas junto a la chimenea.
Madre María, así la llamaban. María, Juana y Carmen, las tres cosían desde la tarde hasta la madrugada para el sastre. Las dos hermanas, así se llamaban, se encargaban de cuidar la casa y adelantaban la costura quitando hilvanes apuntando costuras, mientras la madre limpiaba en otras casas; más tarde se convertirían en muy buenas costureras.
José, comenzó muy joven a trabajar en la mina. Manuel y Pablo eran los más pequeños, iban a la escuela, Pablo destacaba por su brillantez en las matemáticas. La maestra le dijo a María que Pablo debería estudiar, buscaron un colegio para niños huérfanos y Pablo hizo carrera. María estaba muy orgullosa de él "Mi Pablo en un banco en Madrid como un señorito".
José formó su propia familia cuando vino del servicio militar, Juana se casó con diecisiete años. Manuel creían que se quedaría solterón, finalmente se casó con una catalana y se marchó a Barcelona. Carmen se casó la última con José Andrés y se quedó a vivir en casa con madre María.
En su vejez, madre María se sentía muy orgullosa de sus cinco hijos, creo que incluso olvidó que no los había parido. Pablo siempre mandó dinero para que a ella no le faltase de nada, venía siempre que podía a visitarlas, creo que también ellos olvidaron que no eran sus verdaderos hijos, pues aun sin parirlos les dio tanto amor como si lo hubiese hecho, nuca hizo distinciones entre los cinco.
.
Esta es una historia real y no un cuento. Hoy he querido contarla ya que mi madre siempre me la contó, yo imaginaba… me ponía en su lugar…. Los nombres son inventados ya que no los recuerdo ni tienen relevancia, es mas la historia en si. Hoy mi homenaje a aquella mujer que sin tener nada fue capaz de acoger a tres niños de la calle y ser su madre. Siempre hubo y habrá gente con un corazón grande, grande.
3 comentarios:
Muy bonito, una redacción muy fluida y entrañable la historia, que no el cuento.
Por ahí hay un camino que debería recorrer.
Las fotos muy bien elegidas, creo.
Una historia real estupendamente redactada en forma literaria. Mi enhorabuena por como escribes
Con las lágrimas saltá´s!!!!!!!!!
Publicar un comentario